Dice David Byrne en el prefacio de su más reciente libro, Cómo funciona la música: “Cómo –o cómo no– funciona la música depende no sólo de lo que es aisladamente (si se puede decir que tal condición existe), sino en gran parte de lo que la rodea, de dónde y cuándo la escuchas, de cómo es ejecutada o reproducida, de cómo se vende y se distribuye, de cómo está grabada, de quién la interpreta, de con quién la escuchas, y finalmente, por supuesto, de cómo suena: éstas son las cosas que determinan si una pieza musical funciona –si logra lo que se propone conseguir– y qué es”. Así, muy pronto Byrne nos dice que el libro trata, como su nombre bien lo indica, de los cómos y no de los qués.
Byrne hace un recorrido veloz por la historia de la música occidental y nos explica cómo las percusiones africanas representaban un sistema social mucho más horizontal, sin tantas jerarquías y cómo era ideal para escucharse al aire libre, cómo la música eclesiástica de la Edad Media fue diseñada para aprovechar las catedrales góticas que alargaban los sonidos a veces hasta por espacio de cuatro segundos, cómo la música de Bach suena mejor en las iglesias más pequeñas en las que se tocaba, como las composiciones de Mozart eran ideales para los palacios de sus mecenas, las particularidades de las salas de concierto de ópera y la música a la que dio lugar, la manera en la que Wagner recorrió ese camino en sentido contrario y mandó construir una sala que se adaptara a su propia música, por qué el jazz recurrió a la improvisación como una medida pragmática para alimentar las necesidades de la audiencia ante la que se representaba, por qué el CBGB era ideal para el punk rock y así sucesivamente.
El músico, escritor y artista nacido en Escocia y Norteamericano por adopción David Byrne nos ayuda a entender la manera en la que la música ha ido evolucionando para adaptarse a los desarrollos culturales, espaciales y tecnológicos de la sociedad occidental. Un viaje fascinante para melómanos y un rito iniciático para los que aspiran a serlo.