¿Alguna vez les ha tocado un taxista de mal humor? Esta semana me tocó uno muy enojado. No sé por qué se peleó con la vida, pero yo no podía esperar a que “se le pasara”.
Aunque no tenía precisamente prisa, cuando tengo ganas de rodar con calma y disfrutar la ciudad recorriendo varios puntos de su geografía, prefiero usar el Turibús, ya saben, la vista es mejor. Así que cuando vi que #taxista daba más vueltas que un caballito de feria, le dije que esa ruta no estaba padre –de hecho, hasta pensé que andaba perdido–. Confieso que me la pensé un poco antes de hablarle, así de evidentes eran las vibrasenojonas.
Sería porque no me contestó el saludo, que masculló algo feito sobre la linda presencia de Celu o por su expresión iracunda, pero estaba más enojado que el personaje rojito de IntensaMente.
¿Anda peleado con la vida? Pues #nimodo, agua y ajo…derse que no hay de otra. O no salga de su casa hasta que recupere el gusto por la vida…
Claramente vi cómo le salía humo por los ojos, la nariz y las orejas cuando saqué mi Google Maps y le pedí que cambiara la ruta. “Yo sé más”, me espetó. ¡Ah vaya! Enojón y soberbio, pensé. Y no dudo que sepa más, o menos, que el mapa, no era una competencia de conocimientos sobre la city.
De la nada, y con todo y su mal humor, empezó a hablar de su esposa, que también le pelaba la ruta (me quedé con ganas de preguntarle si la había conocido como pasajera), y que ella qué, si ni manejaba “a ver, que se ponga ella frente al volante”.
Como soy enemiga de involucrarme en historias ajenas, fingí demencia y le dije “pues sí, verdad”, esa muy chilanga forma de dar el avión y ser condescendiente, mientras intentaba moderar a Celu, que preguntaba “¿qué le pasa al señor?”. Porque ya saben, en este mexicou, nos dan pena las ridiculeces y osos ajenos, y encima hay que hablar bajito sobre las mismas, para “no molestar”.
Lo siento por su esposa, o por ambos, porque vivir quejándose es miserable. Ojalá sólo haya sido que andaba mal y de malas, enojado por el tráfico o por cualquier cosa de esas que nos nublan el día, ojalá no sea una condición permanente producto del terrible estrés de trabajar al menos 10 horas al día, apachurrando los riñones y las emociones mientras el volante se entierra en la panza.
Hablando con taxistas, muchos “culpan” de sus malos modos al estrés propio del oficio, y muchos pasajeros nos quejamos del maltrato por un servicio que pagamos; al final, acabamos peleados y malhumorados todos. Tanto así, que las honrosas excepciones se hacen meritorias de notas, tuits, posts con todo y foto y dato de contacto del taxista, y columnas, ejem, ejem.
Lo que nunca había reflexionado es que cuando sondeamos a los taxistas amables, regularmente están muy conscientes de que ofrecen UN SERVICIO y que el tráfico, las horas sentados, la falta de una dieta regular y hasta de baño son gajes a los que hay que plantar buena cara.
Aquellos a quienes parece importarles un comino la atención al cliente (nosotros) quizá no consideran que su cliente somos los pasajeros, sino los dueños de las placas o del vehículo, aquellos a quienes tienen que pagar “la cuenta”, aquellos para quienes (¿creen que?) trabajan. No hay condiciones laborales que les ayuden a ejercer su oficio adecuadamente, no hay capacitaciones para entender que ofrecen un servicio y que deben adquirir ciertas herramientas para vivir mejor, y tener mejor humor. Quizá los pasajeros no somos responsables de eso, pero sí podemos decidir, y si alguien lo trata mal, quizá el siguiente #taxi sea mejor.
Aunque no tenía precisamente prisa, cuando tengo ganas de rodar con calma y disfrutar la ciudad recorriendo varios puntos de su geografía, prefiero usar el Turibús, ya saben, la vista es mejor. Así que cuando vi que #taxista daba más vueltas que un caballito de feria, le dije que esa ruta no estaba padre –de hecho, hasta pensé que andaba perdido–. Confieso que me la pensé un poco antes de hablarle, así de evidentes eran las vibrasenojonas.
Sería porque no me contestó el saludo, que masculló algo feito sobre la linda presencia de Celu o por su expresión iracunda, pero estaba más enojado que el personaje rojito de IntensaMente.
¿Anda peleado con la vida? Pues #nimodo, agua y ajo…derse que no hay de otra. O no salga de su casa hasta que recupere el gusto por la vida…
Claramente vi cómo le salía humo por los ojos, la nariz y las orejas cuando saqué mi Google Maps y le pedí que cambiara la ruta. “Yo sé más”, me espetó. ¡Ah vaya! Enojón y soberbio, pensé. Y no dudo que sepa más, o menos, que el mapa, no era una competencia de conocimientos sobre la city.
De la nada, y con todo y su mal humor, empezó a hablar de su esposa, que también le pelaba la ruta (me quedé con ganas de preguntarle si la había conocido como pasajera), y que ella qué, si ni manejaba “a ver, que se ponga ella frente al volante”.
Como soy enemiga de involucrarme en historias ajenas, fingí demencia y le dije “pues sí, verdad”, esa muy chilanga forma de dar el avión y ser condescendiente, mientras intentaba moderar a Celu, que preguntaba “¿qué le pasa al señor?”. Porque ya saben, en este mexicou, nos dan pena las ridiculeces y osos ajenos, y encima hay que hablar bajito sobre las mismas, para “no molestar”.
Lo siento por su esposa, o por ambos, porque vivir quejándose es miserable. Ojalá sólo haya sido que andaba mal y de malas, enojado por el tráfico o por cualquier cosa de esas que nos nublan el día, ojalá no sea una condición permanente producto del terrible estrés de trabajar al menos 10 horas al día, apachurrando los riñones y las emociones mientras el volante se entierra en la panza.
Hablando con taxistas, muchos “culpan” de sus malos modos al estrés propio del oficio, y muchos pasajeros nos quejamos del maltrato por un servicio que pagamos; al final, acabamos peleados y malhumorados todos. Tanto así, que las honrosas excepciones se hacen meritorias de notas, tuits, posts con todo y foto y dato de contacto del taxista, y columnas, ejem, ejem.
Lo que nunca había reflexionado es que cuando sondeamos a los taxistas amables, regularmente están muy conscientes de que ofrecen UN SERVICIO y que el tráfico, las horas sentados, la falta de una dieta regular y hasta de baño son gajes a los que hay que plantar buena cara.
Aquellos a quienes parece importarles un comino la atención al cliente (nosotros) quizá no consideran que su cliente somos los pasajeros, sino los dueños de las placas o del vehículo, aquellos a quienes tienen que pagar “la cuenta”, aquellos para quienes (¿creen que?) trabajan. No hay condiciones laborales que les ayuden a ejercer su oficio adecuadamente, no hay capacitaciones para entender que ofrecen un servicio y que deben adquirir ciertas herramientas para vivir mejor, y tener mejor humor. Quizá los pasajeros no somos responsables de eso, pero sí podemos decidir, y si alguien lo trata mal, quizá el siguiente #taxi sea mejor.
(ALMA DELIA FUENTES)