Amo el futbol. Amo la música. Pero su unión rara vez arroja buenos resultados. En particular, la música de los Mundiales, que suele ser terrible. Y esta ocasión tampoco se salva, desafortunadamente
La primera canción mundialista que recuerdo es la de México 86. O mejor dicho, todas las de esa vez. La oficial (un mariachazo que repetía “México 86, México 86/El mundo unido por un balón”), la del Pique (la mascota oficial), la marcha circense que cantaba la selección nacional (“El equipo tricolor tiene mucho corazón/Y en la cancha lo demostrará”), la rockera que sonaba en WFM y la que interpretaba RAAL —a quien recordarán bien los asistentes del viejo Bulldog de la calle de Sullivan— y la que cantaba la selección alemana, una chulada kitsch llamada “México mi amor”, que nos resultaba muy simpática hasta que nos eliminaron en penales, aquella fatídica tarde regiomontana del 21 de junio.
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Desde entonces he estado al pendiente de la música que surge cada cuatro años en torno a este evento y que ha dejado de ser folclor y cotorreo para convertirse en una monumental plataforma mercadológica.
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No debe ser fácil diseñar la canción oficial de un Mundial. Primero se tiene que encontrar a un artista de fama global que se suba al barco. Luego, en el mejor de los casos, a uno local que le haga segunda, para que tenga arraigo, sentido de pertenencia, legitimidad. La canción tiene que ser pegajosa. Pero tiene que hablar de futbol o de triunfar o del mundo en armonía, aunque sea con calzador. Además, tiene que ser para todo tipo de gente (¿existe música para todo tipo de gente?): niños, jóvenes, adultos, ancianos, mujeres y hombres, de todos los continentes. Ante exigencias tan absurdas, resultados que ya conocemos.
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Ricky Martin. Si alguien ha salido bien librado de esta complicada tarea es él. En 1998 deslumbró al mundo con “La copa de la vida”. Tan buena que los franceses tuvieron que aceptar que un puertorriqueño se hiciera cargo de su canción oficial. Después de Ricky, vinieron temas muy poco memorables. No podría tararear la del 2002 (“Boom” con Anastasia) o la del 2006 (“The Time Of Our Lives” con Il Divo y Toni Braxton), aunque mi vida dependiera de ello. Fue hasta el Mundial siguiente, Sudáfrica 2010, que se le ofreció a los dioses del futbol una canción con pegada: el famoso “Waka Waka”, de Shakira. Sí, la escuchamos hasta el vómito, pero no se puede negar que al menos no era tan blandengue como sus predecesoras.
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Aparte de los himnos oficiales, están las canciones de las selecciones, las de la refresquera patrocinadora, la de la mascota, la que suena en los estadios antes de que comience el juego, las de las televisoras. En Brasil 2014 hubo un tumulto: una que sumaba a Santana, con Wyclef Jean, Avicii y el local Alexandre Pires; la de Pitbull con J. Lo; otra de Shakira con Carlinhos Brown; una de Ricky con Wisin para Univisión. Todas siguiendo más o menos la fórmula mencionada líneas arriba. Todas bien hechas, pero, me parece, con poco corazón. De ese Mundial, lo que recuerdo más gratamente fue el álbum que presentó Fatboy Slim con su selección de música brasileña. Buenazo.
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Se nos acaba el espacio. La semana que entra nos metemos de lleno con la oferta musical de esta Copa. Pero les anticipo: el panorama es poco alentador. También vamos a platicar de la música futbolera que, en mi opinión, ha logrado la hazaña y ha conseguido meter gol.