Con una votación dos a uno, este domingo ganó el NO al corredor Chapultepec en la Ciudad de México. El resultado podría entenderse como la oposición de miles de vecinos y habitantes de la ciudad a la privatización de un espacio público, pero hay otros elementos importantes que vale la pena revisar por sus implicaciones políticas y sociales.
El resultado de la votación es la más pública y vergonzosa derrota de Miguel Mancera no ante un partido, sino ante la ciudadanía. Antes de este proyecto, ya era el peor gobernante en la historia de la ciudad, superando las expectativas de que nada (corrupción, negligencia, contubernio, incapacidad) podría ser peor que en la era del priista Óscar Espinosa Villarreal.
La votación es un grito de rechazo de los habitantes del DF (algo que sabemos que existe pero aún se refleja en el resto del país) a que un gobierno decida en forma autoritaria, ignorando o despreciando a la sociedad. En el corredor Chapultepec, como en el futuro de la mariguana, ningún proyecto y asunto vital debe conducirse sin escuchar a grupos sociales que han estado más preocupados e inmiscuidos en los problemas que los gobiernos y gobernantes temporales.
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Es un triunfo de los chilangos avecindados en la delegación Cuauhtémoc, pero sobre todo es la derrota de un proceso oscuro, viciado y fallido de origen. El proyecto se vino abajo por una acumulación increíble de pifias entre las que podríamos enunciar una trascendente: jamás haber considerado un perfil social que comprendiera viejos fantasmas de esa parte de la ciudad: pobreza, drogadicción, desempleo, delincuencia, prostitución y abandono. Si algo se hubiera hecho en ese sentido, quizá la comunidad hubiera considerado la importancia de un proyecto que no tuviera más que un sentido comercial.
Simon Levy, cabeza del proyecto, se convirtió en el principal argumento en contra, al desechar con arrogancia la posibilidad de que pudiera descarrilarse, desde que se hizo público. No solo se convirtió en el más importante enemigo del gobierno en este asunto, sino también en un espejo monumental de la administración Mancera: otra vez por acumulación (las trampas, mentiras, engaños y otras bellezas de su historia negra que parecieron jamás incomodar a la autoridad), Levy terminó por ser el sepulturero del corredor Chapultepec.
La conclusión es que, en un país y una ciudad asfixiados por sospechas y casos probados de autoritarismo y corrupción gubernamental, la ciudadanía ha dado un paso inédito para recordar al poder público que está para servir y no para imponer, y que cada vez tendrá los sentidos más prestos para vigilarlo, denunciarlo y corregirlo.
Si la revelación de la casa blanca de Peña enseñó que es posible evidenciar los pasos desviados de un presidente, el corredor Chapultepec nos refresca la memoria sobre la importancia del desacuerdo y la movilización social.