La culpa la tienen el porno y la teoría de la evolución de las especies; sobre todo los estudios genéticos que indican que el homo sapiens lleva unos 200 mil años en la Tierra. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Bastante más de lo que pudiera parecer.
De unos años a la fecha he estado dando cursos o talleres de narrativa. Algunos en mi casa. Otros en empresas, en un par de universidades. He ido a darlos a otros países. Para periodistas, para escritores, para editores. No sé cómo lo hago. Mi erudición es poca, no estudié narrativa, ni periodismo, ni edición, ni letras. Estudié cine y nunca lo he ejercido. Eso sí, tengo tres novelas, y unos 18 años de trayectoria como editor. Y ya. Siempre he pensado que un día se descubrirá que soy una especie de fraude (amable lector, ni intentes ir con el chisme, recuerda que esta columna no es una fuente fiable). Mientras nadie lo note, sigo dando cursos.
El curso-taller que daré la próxima semana es una especie de delirio de 15 horas. Empiezo el lunes 12 de 10 de la mañana a 1 de la tarde. Termina el viernes. Será en la Casa Refugio (CItlaltépetl 25, Condesa, [email protected]). Es sobre narrativa, pero no tanto sobre escritura, ni sobre narratología (esa ciencia que estudia los relatos), aunque algo habrá de todo eso. Intentaré más bien hablar de las narrativas que sostienen lo que entendemos como realidad: localizarlas, aislarlas, cuestionarlas, descomponerlas; si es posible, demolerlas. Es un tema que me ha obsesionado desde hace años. Esa sensación, compartida por muchos antes que yo, de que hay un profundo error detrás de todo esto.
Los estudios de género han intentado desmontar la narrativa machista. Desde la antropología se han criticado las visiones imperialistas. Desde la comunicación se han observado las falacias del poder mediático que se implantan en la población como verdades. Los historiadores están intentando recontar la historia en contra de la versión oficial. La ciencia ha golpeado una y otra vez la tradición religiosa. Así sucesivamente y al final se instituye (con o sin intención) una nueva narrativa de la realidad que resana omisiones o perversiones del relato previo. Mi intención, entonces, es rastrear la narrativa originaria a partir de lo que más tenemos a la mano: nuestro propio cuerpo.
Aquí es donde entra el porno. Nos guste o no, lo veamos o no (sabemos que tú ni lo has visto ni te gusta; no te preocupes, a mí tampoco), ha reinsertado en la cultura popular prácticas que no sólo son posibles, sino increíblemente antiguas: más antiguas que nuestra civilización, más antiguas quizá que nuestra propia especie (sabemos que tú ni las conoces; yo tuve que conocerlas para armar este curso, nomás por eso, fue por la ciencia).
Hablaremos de ése y otros temas disparatados: de un templo turco de 12 mil años de antigüedad, de las revistas para adolescentes, de las estructuras mitológicas, de la relación del periodismo con el poder, de los bonobos y los chimpancés, de la relación de la ciencia ficción con la realidad, además de otros asuntos improbables. Lo que sí es que no miraremos nada de pornografía durante el curso (lo lamento, sé que creíste que sería tu oportunidad de verla por vez primera).
En fin, perdón por el comercialote. Pero les digo que ando obsesionado con el tema.
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(Felipe Soto Viterbo)