Cruda de un Buen Fin

ANTES

Tiene que obtenerlo todo. No es una opción no comprarlo. Tiene que llegar primero. Porque nunca hay suficientes, porque quiere ser del grupo de amigas la más admirada. Lleva días sintiendo nervios: cosquillas en el estómago; ese mariposeo, hormigueo en las palmas de las manos. Lo tiene bien pensado: un vestido fácil de quitarse, zapatos tenis sin agujetas para poder correr y no necesitar mucho tiempo en calzárselos de nuevo.

Ya pidió el día viernes en el trabajo para llegar desde temprano. Será la primera en cuanto abran las puertas. ¡Lástima que no puede dividirse para estar en varios lugares al mismo tiempo! No es cosa fácil. Toda la semana previa hizo una lista mental de dónde podría comprar más, moviéndose menos.  Sólo espera que no se materialice su pesadilla recurrente: llegar al estante y que esté vacío o que no haya de su talla. ¡Que alguien más se haya llevado la última existencia! No, por favor no. Imagina ese espacio vacío y se siente mal. Esto le genera irritabilidad, para qué negarlo.

El buen fin. El anhelado fin. Quiere todo. ¡Todo! ¿Acaso hay algo mejor que el olor, que la textura de lo nuevo? Comprar es terapéutico, dice. Así no tiene que gastar en un psicólogo, justifica. Así no se siente vieja, siempre está al día en las tendencias, argumenta. ¿Quién no ha sentido el bienestar de la compra? ¿Y qué me dicen del alivio de saber que compramos la última pieza con un descuentazo?

DESPUÉS

Híjole, ¿qué hice? Se siente como cruda; cruda de euforia. Y con mucho arrepentimiento. Compró demasiadas cosas, muchas de las cuales no tienen ninguna utilidad. Y es que ese siempre ha sido su problema: no poder distinguir entre necesidad y el deseo de poseer. Para algunos ejemplos, ahora tiene arrumbados en su sala una sandwichera, una fuente de chocolate (por si arma alguna fiesta), una plancha de vapor profesional (le da flojera planchar), un mini spa para los pies (que asco estar metiendo los pies en el agua), unos sartenes (por si aprende a cocinar), una batería de auto (para cuando compre coche), una radio con entrada con mp3 y espejo para la ducha (¿para qué querría verse la cara mientras se baña?), una aspiradora para auto (no tiene coche y la pensaba usar en la casa para zonas pequeñas y resultó que viene para enchufar en el encendedor del carro y no para enchufes comunes), un estuche para iphone (para cuando pueda cambiar de plan con su compañía de telefonía celular el próximo año), una máquina de cortar pastas (¿ya dije que no sabe cocinar?), una máquina para hacer palomitas (prefiere usar las de micro), una máquina quita pelusa, un “llama ángeles” (por si le hace falta llamar a uno), un encendedor de plata (no fuma), un sweater que le queda chico (por si baja de peso), y unas blusitas que pagará a doce meses sin intereses sin importar que las mismas no le durarán ni un mes porque son de tan mala calidad, que se amolarán en la segunda lavada.

Sí, tiene ganas de vomitar. No sabe cómo va a poder pagar por todas las cosas inservibles que compró. En lugar de aprovechar los descuentos para hacer compras informadas donde hubiera previamente cotejado precios y beneficios para bienes muy duraderos como un comedor o una televisión, ella se dejó envolver por un trastorno de compras compulsivas y consumió con crédito, bienes cuya duración es ínfima y cuya utilidad le resulta casi nula.

Y ahora, tiene las tarjetas de crédito a tope. Con lo que gana, podrá pagar el mínimo. Está pensando en pedir un préstamo a otro banco o a su trabajo. Con ese argumento intenta tranquilizarse sin meditar en el fondo, que terminará pagando tres veces lo que se gastó (en intereses), por casi cuatro años más… la cruda más larga de su vida.

Objetivamente hablando, el Buen Fin es muy bueno para la economía, para promover el consumo; aprovechémoslo para adquirir responsablemente artículos que realmente NECESITEMOS y que nos duren lo suficiente.

(J. S. ZOLLIKER / @zolliker)