Ayer a mediodía viajaba en un taxi por el Viaducto. El chofer y yo vimos a un ciclista pedalear por el carril de baja velocidad. Se trataba de un tipo joven, fuerte, que cargaba en la espalda algo metálico -¿otra bicicleta?- , llevaba casco y andaba a la misma velocidad que los autos de ese carril. El taxista y yo pensamos lo mismo, sólo que él lo expresó primero: “El otro día mataron a una chica en una bicicleta”, dijo.
“Qué raro”, pensé, “ahora, cuando vemos a un ciclista en una situación comprometida, lo que se nos viene a la cabeza es la muerte”.
Confieso que desde hace tiempo no me subo a una bicicleta ni hago uso del sistema de Ecobici porque me da miedo. Al principio por lo menos me sentía protegido por un discurso público que alentaba el uso de la bici. Sentía que la autoridad me respaldaba.
Ahora no estoy tan seguro, menos si pienso, por ejemplo, en la reacción del gobierno de la Ciudad de México ante la muerte de Montserrat Paredes, una chica de 21 años que el pasado 17 de noviembre murió atropellada por un microbús cuando iba a la escuela. Luego de reconocer que el equipamiento del sistema de Ecobici había aumentado, el jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, dijo que había que capacitar a los ciclistas.
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¿En serio? A principios de este año, poco antes de que el gobierno de la Ciudad de México inaugurara las Ecobicis en la delegación Benito Juárez, varias organizaciones civiles entregaron al gobierno de la ciudad 10 recomendaciones para aumentar la seguridad de los ciclistas: algunas de ellas tenían que ver con la sensibilización sobre el uso adecuado de las bicicletas, pero sobre todo, con solicitar acciones de parte de la Secretaría de Movilidad y la Secretaría de Seguridad Pública para verificar el cumplimiento del reglamento por parte de los conductores del transporte público.
Después de todo, la mayor parte de los accidentes mortales para los ciclistas en la Ciudad de México tiene que ver con taxis y microbuses que rebasan los límites de velocidad o no respetan los semáforos. Y la muerte de Monserrat, en lugar de propiciar un discurso sustantivo, produce un dislate.
Muchas otras ciudades, donde el uso de la bicicleta ha aumentado, se enfrentan ante un comportamiento torpe e irresponsable de los ciclistas, pero el gran esfuerzo de la política pública, material y discursivamente, se centra en protegerlos y crearles mejores condiciones. Aunque parezca absurdo, valdría la pena recalcar a las autoridades que las bicicletas no son las que atropellan a los microbuses.