El jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, está en plena reinvención. Qué bueno. Honor a quien honor merece y hay que decir que es el único político que después de la elección del 7 de junio ha dado alguna señal de haber entendido el enojo de los electores.
No lo hicieron los dirigentes nacionales del PRI, PAN y PRD que tuvieron votaciones históricamente bajas, y mucho menos lo ha hecho el presidente Peña quien, a pesar de haber perdido siete puntos de los votos, cree que el resultado fue un aval a su gestión.
El problema es que parece que el Jefe de Gobierno está a la mitad de un viraje pero sin tener idea de hacia dónde quiere ir. Y la mayor prueba de eso es que en las últimas semanas ha mostrado la antítesis de toda estrategia, es decir, un montón de ocurrencias.
Como aquella que nació cuando alguien dijo “¿que hay denuncias de extorsiones en la Condesa?, ¿y por qué no llevamos a la prensa y delante de las cámaras y los micrófonos les preguntamos si es cierto?”. O la de esta misma semana cuando alguien pensó “¿por qué no ponemos a policías en una cabina en alto para que se descuelguen en rappel antes de perseguir a los delincuentes en Constituyentes?”. Y una más, como la que algún genio tuvo al pensar que por qué no llevaban a Miguel Ángel Mancera a una escuela para tomarse la foto en la primer escuela ¡libre de caries!, ya saben, pura política de altura, el mensaje que todo estadista y aspirante a la Presidencia quiere proyectar.
Lo que hemos visto en estas semanas es una serie de acciones improvisadas en respuesta a una agenda impuesta por alguien más. No hay agenda, no hay un hilo conductor, no existe una narrativa sobre lo que Mancera entiende como su proyecto para la Ciudad de México.
Y cuando no hay eso, en comunicación política no hay nada. Ya lo he dicho antes en este espacio: para gobernar no sólo hace falta ser un buen administrador (suponiendo que Mancera lo sea), sino que es necesario tener una idea clara del legado que se quiere construir y de la idea trascendente que se quiere comunicar. Y a casi tres años de su mandato todavía no la encuentra el Jefe de Gobierno.
Si en este tiempo quitáramos las notas sobre el aumento al salario mínimo (hasta ahora sin resultados) y si dejamos de lado las notas sobre la mala gestión de Ebrard, ¿con qué nos quedamos del actual gobierno de la capital?
Ahora que el jefe de Gobierno está evaluando con quién y cómo seguir en los próximos tres años, debería tomarse un tiempo para definir el gran proyecto que quiere conducir antes de que nuevas ocurrencias terminen por ser su sello en los años por venir.