Fotografía: Tony Petate y Dabeatlo. Texto por Mariana Castillo Hernández
La charla con la que se comenzó el festejo por los diez años de Mis Mezcales, tienda y proyecto de difusión mezcalera de María Elena Carbajal y Omar Trejo con sede en Oaxaca y CDMX, se llamó “El futuro del maguey y del mezcal”. En ella, Karina Abad, Emilio Vieyra, Pedro Jiménez, Carlos Lucio y Raymundo Martínez, personas que son parte del universo del destilado desde diferentes frentes (proyectos familiares, marcas, investigación y difusión), dieron su perspectiva sobre el tema en la capital oaxaqueña.
Para Karina, el panorama no es sencillo: no hay cerro que llene lo que la industria sin freno y poco responsable necesita y quiere, opina; en la visión de Emilio, los nuevos jugadores vienen con una actitud más voraz, algunos con inversiones millonarias de Estados Unidos y hasta ha incrementado el número de celebridades que buscan invertir en el mezcal.
Para Pedro, las problemáticas que se expusieron hace cinco años en el documental Viva Mezcal están exponenciadas y la dicotomía cultura vs. producto es parte del análisis; para Carlos es fundamental entender sistémicamente el contexto en el que los recursos naturales como el agua están siendo devastados y cómo las condiciones sociales se entretejen (como el narco y la corrupción política incluída); y para Raymundo, es imperante la comprensión de que, en los procesos sociales, se asegura primero el alimento y luego el mezcal.
“El llano en llamas es el monocultivo” fue una frase certera de Carlos con la que estoy de acuerdo y esto es algo de lo que se debe hablar: quienes llevamos años haciendo trabajo de campo notamos año con año los cambios y lo vital que es frenar el despojo, la ambición. La búsqueda de la homologación, de que todo sea visto como la gallina de los huevos de oro, como algo hecho en serie asemejando el modelo industrial del tequila, nos está llevando a crisis económicas, ambientales y humanas.
Recuerdo que en 2019, Abisaí García, especialista del Instituto de Biología (IB), dijo en una conferencia de la que escribí hace tiempo: “Hay una problemática con el aprovechamiento: recordemos que los agaves son recursos vegetales finitos y hay un número determinado de poblaciones y de ejemplares (…) Nos sentimos libres y queremos apropiarnos de todos los recursos que vemos, y cuando se acaba en ciertos municipios, recurrimos a los de al lado”.
Esto me hace pensar también en lo que Ronda Brulotte, investigadora de la Universidad de Nuevo México, expresó para otra jornada de reflexiones al respecto en 2018: algunas causas sostenibles relacionadas funcionan más como premisas de mercadotecnia que como caminos viables en beneficio de las personas. “El mezcal ya es un fetiche global”, enfatizó.
Los años siguen pasando y considero vital que las conversaciones salgan ya de los círculos de siempre, de la cámara de eco entre amistades con intereses en común (en la que nos quejamos y luego no pasa nada), urge que estos temas se colectivicen para generar conciencia.
Más que pesimista, soy realista, y en temas alimentarios, más. El mezcal es un tema que me entraña, pero veo cada vez más complicada su permanencia ante el desenfreno de la producción desmedida ni sostenible de manera integral, social y ambientalmente.
Cuando llega a mí algún mezcalito del cual conozco su origen biocultural y a las personas que lo elaboran, me siento afortunada, lo bebo despacito. lo gozo y pienso en la diferencia de filosofías detrás de algo que hoy puede ser muy nombrado, pero poco conocido a pesar de un boom que solo quiere versiones caricaturizadas y edulcoradas del campo, de las familias productoras.
Les invito a pensar en qué destilados compran y a quiénes, en cuáles promueven y cuáles valoran, en una cadena que tiene herencia, presente y también cambios y búsquedas que son ajenas a la noción de litros y litros que no piensan en lo holístico de un todo sino en la acumulación de capital.
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