De pacas de paja y nubes

Opinión

Recuerdo las estrellas y el calor de esa noche. Mi opción de hospedaje era un establecimiento de corta estancia y mis nuevos amigos, apiadándose de mí, me ofrecieron posada en su casa —la más bonita de Ensenada.

Un cuarto pequeñito con jardín de salicornias y suculentas y cancha de petanque. Agotada, dormí profundísimo al menos seis horas, hasta que el susto de escuchar a alguien abriendo la puerta de mi recinto de paz me despertó. “Vengo por mis botas”, dijo alguien altísimo en un mal español, abrió el closet, las tomó y se fue. Así fue mi primer encuentro con Drew Deckman.

Casi una década después, se me sigue enchinando la piel llegar a su restaurante. Por glotona y porque adoro ese lugar, he tenido el privilegio de conocer la evolución de su restaurante, Deckman’s, aquel con el mejor atardecer del Valle de Guadalupe. Y la esencia permanece.

Mesas y sillas debajo de un enorme encino en el medio de un viñedo, y una cocina de leña. Sin techo y como proyecto de verano, comenzó Drew, y poco a poco, de forma orgánica, aquel parador de verano creció, tuvo techo y, hoy, hasta paredes de pacas de paja.

Ahí se sirven las mejores codornices del planeta y sueño con remojar un poco de pan apenas pasado por la parrilla sobre una pieza de tuétano. Recuerdo un plato de erizo en distintas texturas y preparaciones de una elegancia absoluta que me emocionó hasta las lágrimas y yo, que soy experta en mignonette, celebro la de la casa que acompaña ostiones kumiai servidos a temperatura ambiente. Técnica, conocimiento, consistencia.

Con Drew, y en Deckman’s, he vivido y sentido muchas cosas. Comidas larguísimas en la barra, discusiones con el chef respecto al poco respeto a comensales como yo que detestaban ir al baño en la oscuridad y pisar dos ranas en el camino, y ácidos comentarios característicos de mi hoy amigo Drew, respecto de mis zapatos.

Decenas de veces lo he visto dirigir esa cocina. La maestría de las distintas temperaturas del fuego, el chef cantando comandas ataviado con goggles y yo, observando la logística, el atardecer, y nuestro gesto mutuo de aprobación ante la satisfacción. Quiero más abrazos de la que timonea el barco, Paulina, y más conversaciones entre arreboles con Natalia, la jefa del paraje. Quiero volver siempre Drew, qué bueno que se te olvidaron tus botas.

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