Claro que que lo comemos puede unirnos y tal vez a algunas y algunos les hace sentir orgullo, pero hay que evitar que lo patriótico provoqué cerrazón, racismo, clasismo y poca comprensión de que las identidades son más complejas que las generalidades.
Hay bastantes pruebas y pocas dudas de que los «ismos» no nos llevan por caminos libres, diversos y críticos. La alimentación no escapa al nacionalismo y aunque este puede tener funciones de cohesión, también puede ser bastante nefasto, prejuicioso y dañino, y sí, chafa.
Tomaré el caso reciente de Yahritza Martínez: su hermano Armando mencionó en una entrevista que prefería la comida mexicana de Washington porque “le dan un sazón que sí pica y sabe buena”. De ahí devino una hecatombe mediática para esta familia: titulares tendenciosos, click bait, ofensas múltiples, cancelación de conciertos, pérdida de seguidores…Luego, hasta disculpas pidieron y expresaron su miedo a que les agredieran. ¿Se dan cuenta de lo problemático que es esto?
La autenticidad como concepto es una discusión vigente y polémica en términos de cultura alimentaria, sobre todo cuando de migración se trata, alrededor confluyen múltiples variables. Me gusta el trabajo del investigador José Antonio Vázquez Medina al respecto, y en su libro Cocina, nostalgia y etnicidad en restaurantes mexicanos de Estados Unidos se lee:
“La nostalgia puede entenderse como un proceso, más que una condición estática, que se reconfigura y se reinserta dentro de otro proceso más complejo como lo es la migración transnacional”.
Existe una fluctuación cultural a la que se enfrentan los migrantes y calificar de válida o no, de “más” o “menos” mexicana, es ocioso, además de que la desigualdad se suma a los calificativos usados en estas conversaciones.
Además de las experiencias colectivas al comer, cada quien desarrollamos una relación social, afectiva y hasta política con eso que nos llevamos a la boca, con los sabores y saberes, con sus interacciones, espacios y más. ¿Por qué tendría que haber guardianes y guardianes de “lo nacional”? ¿Por qué le exigimos a algunas personas más que otras?
Los fenómenos alimentarios y los gustos engloban complejidad y la cultura es, sobre todo, transformación. Ser policías de lo que la otredad consume o le gusta se parece más a una religión con reglas estáticas y viejas que a “amor por lo nuestro”. ¡Y vaya que septiembre es hervidero de esta narrativa! Reflexionemos los discursos, conversemos.
Como escribió atinadamente Roberto Pérez en su hermoso artículo The food and people of Yakima, home of Yahritza y su esencia en L.A. Times:“Ser mexicano significa abrazar cualquier cultura con la que creciste y evolucionaste y transmitirla, o tal vez significa aguantar aquellas pendejadas que otros mexicanos dicen de ti”.
Fotografía: cortesía.