Hace 20 años Chiapas era el centro del mundo. El pequeño y humilde escenario en el que se escenificó la última gran épica del siglo XX. El personaje principal: el subcomandante Marcos, mezcla del Ché Guevara con Carlos Castaneda y una pizca de Mario Benedetti, quien incapaz de redimirse como clasemediero universitario decidió aventurarse a redimir a los indígenas chiapanecos y a contarle al mundo un cuento de personas sin voz ni rostro, despojadas de todo, olvidadas por decreto, que deseaban ser vistas y escuchadas. Nunca fui muy fan del “Sub” pero tampoco puedo negar que era un gran personaje y que lo leía con gusto aunque me parecía radicalmente megalómano y cursi. Lo de cursi se lo perdonamos por una razón esencial: hay que ser un cursi absoluto para querer hacer la revolución, pero lo de su culto a la personalidad me parece que desvió los verdaderos intereses del movimiento, y que en pos de la teatralidad y del impacto mediático terminó convirtiéndose en un espectáculo más con actuaciones que han ido fluctuando sexenio tras sexenio. Su megalomanía encapuchada sólo podría compararla con la de Manuel Velasco, actual gobernador del Estado, con la diferencia de que la de Marcos era una megalomanía alimentada por la curiosidad y el entusiasmo de la gente y de los medios, y la de Manuelito sólo mama del torrente inagotable de recursos públicos que el gober ha destinado para su autopromoción. Marcos criticaba a los intocables pero en su feudo terminó volviéndose uno de ellos. Sin embargo por un momento puso el dedo en la llaga de la desigualdad y del descaro de los políticos, y movió profundamente las fibras de much@s mexican@s y extranjer@s. El movimiento zapatista y sus demandas movilizaron a muchos jóvenes, entre los que me incluyo, a organizarnos para colaborar con las comunidades indígenas chiapanecas. Recuerdo con emoción los días en que por iniciativa propia varios músicos mexicanos entre los que se encontraban La Maldita Vecindad, Santa Sabina, Los de Abajo, Botellita de Jerez y la banda en la que participaba, entre otros, organizamos el Festival 12 Serpiente en el Estadio de Prácticas de CU con el fin de recaudar fondos para proyectos en comunidades tzotziles y tzeltales. Siempre pensé que en el fondo éramos ingenuos. No es que no hubiera que moverse y hacer cosas pero sentía que aquella utopía revolucionaria podría ser incluso contraproducente para los indígenas de Chiapas. Recuerdo haberlo discutido intensamente en aquellos años con mi querida Adriana Díaz Enciso y con la extrañada Rita Guerrero. Pensaba y lo pienso que al final más allá de los logros políticos y sociales del zapatismo de Marcos, a partir de la declaración de guerra al Estado mexicano, comenzó una larga era de acoso militar a comunidades indígenas en Chiapas que no ganaron absolutamente nada, simplemente se tuvieron que acostumbrar a vivir entre helicópteros e incursiones militares que marcaron a generaciones y cuyas historias no se han contado del todo porque lamentablemente carecen de la épica y de la teatralidad que Marcos solía ofrecer. Que al cumplirse dos décadas del levantamiento zapatista Chiapas sea gobernado por alguien tan poco sensible a las carencias de los chiapanecos que es capaz de gastarse 125 millones de pesos en su imagen pública con dinero del erario es una de las muchas pruebas de que no estaba tan equivocado en cuanto a mi sensación de ingenuidad cuando dudaba de los alcances reales del movimiento. El discurso fue un éxito en su momento, pero la realidad no cambió demasiado. Hoy nos genera nostalgia y sin duda hace falta una voz como la de Marcos para denunciar los abusos del poder, pero Chiapas es prácticamente la misma que vivió el levantamiento de los encapuchados. La profunda miseria en la que viven en muchas comunidades contrasta con la frivolidad con la que se ha gobernado el estado desde hace muchos años. Hace un par de días Manuel Velasco habló del movimiento zapatista y de la deuda que Chiapas tiene con él. “Chiapas debe al zapatismo innumerables consecuencias de cambio reflejadas hoy en sujetos colectivos con mayor conciencia y ejercicio de sus derechos, y en el lugar fundamental que ocupa nuestro estado como referente nacional”, dijo el gober y al hacerlo sutilmente le mienta su madre a la historia. El movimiento zapatista del subcomandante Marcos se rebeló contra el ejercicio inmoral del poder que Manuel Velasco encarna como nadie. Ojalá que lo entienda el gobernador y que al mencionar la gesta de Marcos en sus discursos se ponga al lado del Sub y comprenda que para practicar el culto a la personalidad, hay que tener primero personalidad.
(FERNANDO RIVERA CALDERÓN / @monocordio)