Inventemos una historia. Supongamos que la reina del albur y presidenta vitalicia de la corte suprema del espectáculo fuese candidata, por la vía plurinominal, a la Cámara de Diputados. Sí, ya sé que el poder nunca contrataría a la caricatura de sí mismo para demostrar que la desfachatez es infinita. Esos ridículos no le van. Por eso les pedí que inventáramos una historia. Una donde, por ejemplo, la honorable doña de la Anzures y creadora de La Corchalata acompaña a los candidatos de su partido y, en pleno mitin, hace lo que le celebran en algunos barrios chilangos: pendejear a los políticos; seguro acapararía a la prensa sin necesidad de inserciones pagadas. Ahora imaginemos que esa señora a la que yo vi actuar en las pelis de ficheras ya es diputada. Quizá levante la mano porque no se le ocurre algo mejor, quizá sea más batallosa y terca que Noroña, o quizá le ceda la curul a su suplente porque el contrato con el partido no incluye asistir a las sesiones.
Alucinante, ¿no?
Por fortuna, en México tenemos puro candidato cabal. ¿Qué me dicen de la patrona del ambulantaje que, salvo que se acabe el mundo, será diputada federal? Eso, en la política, se llama reinventarse. Es hacer el mal con la Constitución en la mano y eso, aunque lo fuera, no es delito. Como tampoco es delito que el príncipe del gol y de los chingadazos esté buscando la alcaldía de Cuernavaca. ¿Han visto el spot donde invita a su toma de protesta como candidato? Es una pieza maestra de la democracia en estado puro: se dirige a los poblanos (¿a los morelenses para qué?) y pide comer frutas y verduras. ¡Bravo! Ya era hora de que nuestros candidatos fueran más cultos y menos rateros que los de antes.
Pero como no estoy hablándoles de antes sino de ahora, les cuento que nunca había visto a tantos demócratas juntos.
¿A poco no les trae tranquilidad saber que el chiflado Ese al que se le ocurrió la Ley Bala en Puebla será diputado federal por el partido que alguna vez fue la izquierda? Dicen que si la autoridad no lo castigó, entonces no corremos peligro con este fulano. ¿Y qué me dicen de la paz que uno experimenta con el payaso ese que quiere ser alcalde de Guadalajara? Chulada de viejo: dice que es candidato ciudadano, pero es un Frankenstein salido del escritorio de una democracia que tiene alaridos de poder. Y ya mejor ni les hablo de la finísima mujer que quiere ser gobernadora de Sonora ni del partidazo de la rata (perdón, del tucán) ni de los parientes, amigos y amantes que, con sus candidaturas, quieren sacar adelante al país. Puro y total demócrata freak, cuyo currículum debe estar más limpio que la ropa blanca.
Alégrense. Si pensaban que habíamos llegado al fondo del agujero negro, se equivocan: todavía falta lo peor.
Posdata:
Cuando era niño conocí la taquería y ya se llamaba La Corcholata. A mediados de los noventa, Rosa Gloria Chagoyán prestó al negocio su nombre que la consolidó en el deprimente cine de balazos (Lola la Trailera), pero los clientes nunca hemos dejado de decirle La Corcholata. Está en el mercado Martínez de la Torre, colonia Guerrero. Los tacos de cecina y la salsa roja lo enganchan a uno en la perdición. René Rojas, el hijo de don Guillermo, el dueño, me dijo el otro día que si Carmen Salinas no hubiera apadrinado la taquería, ésta no tendría el éxito de ahora. “La doña jala a mucha gente del barrio”, me explicó y yo asentí: cuando vivía en mi colonia, había vecinos que calificaban a la doña como una cabrona buena onda. “¿Si no tuvieras amistad con Carmen Salinas, y apareciera en las boletas, votarías por ella?”, le pregunté a René. Él se rió y luego dijo: “La política está tan jodida que ha recurrido a este tipo de personajes para llamar la atención, que es para lo único que sirven. No, no votaría por ella”.
Posteriormente, le pedí dos tacos más y un agua de horchata que no tiene madre.