Por Mariana Castillo Hernández
Cada vez que leo o escucho hablar de las Denominaciones de Origen relacionadas con los alimentos en México pienso en su ineficacia y desconexión con las necesidades culturales y sobre todo, con las personas que son parte indispensable en la cadena entera. Y sí, desafortunadamente, también hay corrupción relacionada, así como intereses empresariales detrás de ellas.
Las primeras DO en nuestro país fueron para el tequila y el mezcal y al día de hoy en este 2024 las que cuentan con registro internacional bajo el marco del Arreglo de Lisboa son dieciocho. Entre ellas están otros destilados como sotol, bacanora, charanda y raicilla, así como el café de Pluma Hidalgo, Oaxaca, el de Veracruz y Chiapas, el mango ataulfo del Soconusco, el chile Yahualica de Jalisco, el cacao Grijalva de Tabasco, el chile habanero de la Península de Yucatán, el arroz morelense y la vainilla papanteca.
En el caso del café, por ejemplo, los investigadores Pablo Pérez Akaki y Manuel Pérez Tapia documentaron cuestionamientos críticos y resultados que califican como “decepcionantes” en su artículo “Las denominaciones de origen del café mexicano y sus cuestionamientos como modelo de desarrollo regional”.
Otro ejemplo es el del cacao tabasqueño donde es verdaderamente cuestionable su efectividad ya que la crisis en estos cultivos en la zona provocada por factores agrícolas y ambientales se agudiza por temas sociales diversos a los que ahora se suma la violencia y el crimen organizado. En este caso, las DO les sirve para pregonar rutas y ferias turísticas con bombo y platillo, pero no para beneficiar a las familias agricultoras.
Laura Martínez Salvador, investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, se pregunta en su texto “Reconocimiento al origen: algunas reflexiones sobre las Denominaciones de Origen en México” por qué las DO en México han mostrado una tendencia de implementación y aprovechamiento tan paulatina y marginal.
Ella argumenta que las razones son multifactoriales y complejas e incluye factores como la antigüedad de la figura de las DO (el mayor número de registros se dio entre el 2000 y el 2005, “por lo podría considerarse como una figura de incipiente uso en el país”); el marco institucional y las políticas públicas; y que la cadena de valor está desarticulada y atomizada (las empresas son las que las capitalizan y dejan fuera a los productores primarios por falta de recursos y de gestión).
“A la fecha, no existe una política pública (traducida en estrategias, planes estatales, programas o incentivos) dirigida al impulso de la producción, transformación, comercialización o consumo de bienes con anclaje territorial como las DO, por lo que los actores de las cadenas de valor de este tipo de bienes tipificados encuentran apoyos solo marginalmente, y, en el mejor de los casos, al insertarse en programas más amplios que de forma tangencial incluyen a los cultivos en cuestión, pero sin enfatizar su naturaleza de origen”, enfatiza.
El espacio apremia, pero cierro diciendo que en los destilados de agave las irregularidades son profundas y el despojo alarmante. Al respecto, Miguel Ángel Partida Rivera, productor de mezcal en Zapotitlán de Vadillo, Jalisco, expresó su inconformidad hace casi un mes debido a que ciertos grupos buscan una nueva DO, la Tuxca :
“La solicitud de una nueva denominación de origen no es una demanda expresada o buscada por los productores tradicionales de Zapotitlán de Vadillo, sino el interés de una legión de envasadores oportunistas (Siete Pozos, Indio Alonso, Murmullos del Llano, Tuxqueña, Balancan) de distintas procedencias, quienes están interesados en aprovecharse del prestigio que han alcanzado los mezcales tradicionales del sur de Jalisco para promover negocios y beneficios personales. De esta manera están capitalizando lo que tanto trabajo le ha costado conseguir a los auténticos productores de vino mezcal, quienes han ne logrado posicionar sus mezcales como productos de extraordinaria calidad, derivado de una larga tradición productora y de procesos de alta cohesión sociocultural que terminan siendo adulterados, distorsionados y corrompidos como está ocurriendo ahora con la pretendida Denominación de Origen Tuxca y los intereses políticos o económicos que la animan”.
Espero este texto sirva para continuar las reflexiones concienzudas y analíticas sobre las DO y que, quienes hacemos investigación y difusión sobre temas alimentarios, logremos que estos datos lleguen a más personas fuera de los círculos de siempre a fin de ejercer presión social para lograr cambios estructurales y sobre todo, sacarlas del discurso romántico.
Tener una DO no debería ser visto como un reconocimiento, diploma o una insignia inerte de prestigio: estas deben ser herramientas de justicia y derechos sociales, deben servir para incidir en los sistemas alimentarios y su calidad, así como en que los ingresos lleguen, sobre todo, a quienes logran el cultivo en la tierra y no solo su comercialización.