Cuando se entra ahí ya no se es. Los que están en el lugar son uno mismo y uno mismo es viceversa. La utopía une por un momento, apenas ese largo momento. Miramos las paredes viejas que no se caen todavía, y que llevan clavadas, como hijos y sobrinos pequeños, una marabunta de papeles y cartón en la que la libertad escribe un mapa complicado. También hay mesas donde poner el vaso de plástico con vino y quemar el tabaco; al fondo, los remilgos de máquinas antiguas y extraños artefactos de acero aprovechan la oscuridad para convertirse en monstruos de una categoría olvidada.
El olor que prevalece es difícil de explicar pero podría decirse que es el que se respira en una calle sombría donde puedes estar seguro de que no te pasara nada: huele a remolinos de polvo, aliento de gatos, té oriental, amontonamiento del Metro, calor de calefacción casera, labiales de señoras; por todos lados la misma presunción de mezclas: madera nueva, medicinas de la selva, sangre coagulada, sexo humano feliz y cobijas viejas.
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Ahí están, diciendo y diciéndonos en voz alta una consigna de Brecht. ¡O todos o ninguno! ¡O todo o nada! ¡Uno solo no puede salvarse!, grita alguien, luego lo siguen todos y entra por las diminutas rendijas de los portones un viento dócil que arrastra tras de sí el silencio. Somos los que estamos enfermos de soledad, de ser nada más uno aunque ahí seamos muchos, todos los que existen. Permanecemos solos y nos miramos para vernos a nosotros mismos. Estamos buscándonos en la casa de los espejos y siempre nos estamos encontrando.
El yo se ha disuelto para la ocasión y lo sabemos, o por lo menos creemos que lo sabemos, cuando se oye un concierto de mezclas musicales anónimas, unos cuantos aullidos de lobas buscando su luna llena, gemidos sinfín de unas parejas que somos todos, el ruido de la melancolía encerrada debajo de la piel, cantos de gallos que no conocen el amanecer y un discurso interminable de la realidad.
¿A dónde nos hemos ido en ese momento? (nos preguntamos) ¿Hacia dónde queríamos ir cuando hemos entrado en la abandonada casona de Lavapiés?, ¿qué están haciendo todos?, ¿qué se están haciendo todos ahí? Confundo saber que detrás del portón hay un mundo, que está en el mundo, y que no es nuestro mundo.
En tanto, unos acarician a solas su cuerpo. Otros construyen con papel y lápiz, lugares e instantes en los que quisieran permanecer encerrados, liberarse de lo que les rodea, recluirse, aprisionarse en algún lugar de su propia intimidad y pues ahí están, lo intentan, en la casa de la calle Amparo.