La crisis moral del periodismo ya es un viejo tema de discusión. En cierta forma, el problema se ha agravado a causa de las nuevas tecnologías de comunicación y el cambio del modelo de negocios. Varios periódicos han cerrado y no pocos de los que han sobrevivido lo han hecho mediante acuerdos económicos inconfesables con los poderes oficiales. La crisis del periodismo, por lo menos en México, es una constante. Desde el régimen de partido único del siglo pasado hasta la débil democracia representativa de los tiempos actuales, el autoritarismo y la corrupción han dominado la relación de buena parte de la prensa establecida con la sociedad.
Así es como el país se encuentra sumido en una nebulosa de desinformación que permite a la clase gobernante gozar de una eterna pachanga en medio de la barbarie. Una clase gobernante que usa a la prensa para vanagloriarse de sus espejismos y llama, por ejemplo, “reformas estructurales” a lo que fue la compra masiva de diputados y senadores para crear leyes arbitrarias que luego resultan inaplicables en la práctica, por la falta de un mínimo consenso democrático previo.
Pese a todo, en medio de esta calamitosa situación que afecta a la palabra en México, al haber sido secuestrada por el poder oficial, hay medios alternativos emergiendo y muchos periodistas que buscan esquivar la vaina con notas, crónicas, reportajes y libros que abordan la realidad de manera libre. También es el caso de ciertos escritores de ficción, como Daniel Salinas Basave, autor de un espléndido libro de cuentos titulado Dispárenme como a Blancornelas.
Por las páginas de este volumen, publicado por NitroPress, desfilan burócratas de la literatura especializados en estafar los presupuestos culturales, redactores-empacadores de información redundante, reporteros ansiosos de convertirse en celebridades de la libertad de expresión, fotógrafos extasiados con la parafernalia del narco, periodistas policíacos que quieren inventar un nuevo género literario en el que se mezclen zombis y narcos, reporteras desangeladas que sueñan con matar a un presidente, periodistas sin inspiración que siempre faltan a la cita con la historia, reporteros de negocios que se convierten en biógrafos de los ricos del pueblo y un fascinante pasquinero borracho con ínfulas de Quevedo.
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Lo que hace Salinas Basave —con más de 20 años de experiencia como periodista— es adentrarnos a la crisis moral del periodismo para ver la derrota, en algunos casos muy humana y hasta tierna, en la que suelen caer quienes solían trabajar bajo el ideal de la búsqueda de la verdad. Se trata de un tema muy actual reflejado en novelas como Número Zero de Humberto Eco o Cinco Esquinas, de Mario Vargas Llosa. Pero la suspicacia de los cuentos de Salinas Basave es tan mexicana como los recuerdos que cuenta Víctor Roura en El apogeo de la mezquindad, aunque la prosa de este escritor nacido en Monterrey y asentado en Tijuana, por momentos tiene la potencia de la extraordinaria novela A.B.U.R.T.O de Heriberto Yépez.
No sólo por la ubicación geográfica de sus relatos (Tijuana, Ensenada, La Paz, Hermosillo, Nacozari, Ciudad Juárez…) Dispárenme como a Blancornelas, podría entrar en la categoría de la literatura norteña. En lo que parece un episodio más de la guerra literaria de baja intensidad entre autores del norte y el centro del país, uno de los periodistas del libro critica a “los escritores made in la Condesa que desean sumergirse en el infierno juarense para dar realismo fronterizo a su novela de microondas”.
Algo que también nos recuerda Salinas Basave es que en medio de la decadencia de los periódicos mexicanos, la vida de un reportero se ha devaluado tanto o más que el peso ante el dólar. “Antes —dice uno de los personajes del libro— la muerte periodística era un escándalo nacional. Manuel Buendía y Héctor Félix Miranda fueron cazados a balazos por sicarios profesionales que los sorprendieron en las cercanías de sus respectivos periódicos. Aunque en ambos casos la impunidad acabó sentando sus reales, al menos hubo movilización de procuradurías y expedientes abiertos. Ahora los reporteros incómodos simplemente desaparecen una o dos semanas, al cabo de las cuales son hallados al fondo de una cañada con una bolsa de plástico envolviendo sus cabezas”.
La crisis moral del periodismo ya es un viejo tema de discusión. Sin embargo, se ha vuelto hoy un asunto de vida o muerte.