Durante una temporada que viví en Madrid participé en el sindicato de estudiantes de la Universidad Complutense. La mayoría de las actividades que hacíamos eran contra la invasión de Estados Unidos a Irak en 2003, la cual contó con el apoyo del gobierno del Partido Popular, encabezado por el infausto presidente José María Aznar. En razón a ello, además de ir a las multitudinarias marchas de aquellos días, hacíamos carteles y repartíamos volantes a los transeúntes de la plaza Sol.
Otra cosa que realizábamos con cierto esmero era leer y discutir cada semana en grupo un texto marxista. Así fue como llegó a mis manos Razón y Revolución, un libro de Ted Grant y Alan Woods, en el que se aborda el conflicto entre el enfoque mítico y el empírico científico para tratar de entender la realidad.
“Nuestro medio ambiente es crítico”, es uno de los postulados marxistas más innovadores de su momento. Grant y Woods explican en Razón y Revolución que en la historia de la humanidad el papel de los genes heredados por cada persona es importante, pero la relación entre genes y entorno, no es sencilla ni mecánica como sostenían los teóricos del determinismo biológico, sino compleja y dialéctica, como explica el marxismo. La lógica formal (que es como se entiende comúnmente la vida) ve las cosas como algo lineal y continuo, mientras que la dialéctica mira todo como algo en movimiento y desarrollo, donde los avances se logran a través de las contradicciones.
Esas contradicciones son las que de alguna manera u otra he perseguido en mi vida. Así es que como reportero he podido atestiguar y narrar algunos accidentes de la Historia. Uno de los más importantes es el que sucedió en Oaxaca en 2006, donde el régimen autoritario y corrupto provocó una rebelión popular que no había sido prevista por aquellos analistas que consideraban que México ya estaba viviendo una transición democrática iniciada en el año 2000. En ese contexto fue también en el que surgió mi primer libro: Oaxaca sitiada. La primera insurrección del siglo XXI, el cual acaba de ser publicado de nuevo, diez años después del acontecimiento, por la editorial Almadía, en una edición que contiene un largo y actualizado epílogo, así como un generoso comentario de Elena Poniatowska.
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Muchas veces, durante mis días de cobertura reporteril en aquella Oaxaca levantada, sentía que estaba viviendo dentro de un agujero negro en el que todo lo que ocurría tenía un doble significado, por lo que era imposible entender a la primera los hechos que estaban ocurriendo delante de mí, lo que me llevaba a problematizar, en lugar de simplificar, mi narrativa de los hechos. Esa enseñanza fue crucial en mi escritura y me llevó a optar de ahí en adelante casi siempre por la crónica entre los diversos géneros periodísticos.
En Razón y Revolución se hace una reivindicación de los agujeros negros, que después de haber sido considerados como fenómenos anormales y misteriosos por la ciencia, en los años recientes han sido definidos como necesarios en la formación de las galaxias. “Aquello que en principio —dicen Grant y Woods— se suponía era una fuerza puramente destructiva, ahora resulta ser una fuerza creadora, un elemento que reside en el centro de cada galaxia, manteniéndola unida y dándole cohesión, esencial para toda vida y para nosotros mismos”.
Esa fuerza creadora es la que me tocó mirar en las calles de Oaxaca en el año 2006. Ese agujero negro, que para algunos es anormal y misterioso, para mí representó el centro de un posible futuro. Imagino que eso es lo que encontrará también quien se asome a leer mi libro de Oaxaca sitiada.