Érase una vez un Presidente que tenía un petróleo que le daba gasolina para gobernar cada día a una sociedad donde había más de 50 millones de pobres.
Un día el Presidente le prometió a la sociedad que haría que este petróleo diera una mayor riqueza y, para tratar de conseguirla, lo privatizó.
Al hacer esto, el Presidente (y los 50 millones de pobres) se encontró, para su sorpresa, con que el petróleo, al igual que la tierra, el agua y otras riquezas naturales privatizadas antes, ya no daría ningún bienestar directo a la sociedad, sino que sería buen negocio para unas cuantas personas.
Así fue como el Presidente que según quiso hacer rica a la sociedad, perdió el petróleo con el que, a pesar de robos y otros problemas, habían asegurado cierto bienestar día con día para buena parte de la sociedad. Luego, los 50 millones de pobres vieron cómo todas las cosas encarecían y, desde lejos, al Presidente feliz en su Casa Blanca.
Fin.
La anterior es una de tantas formas en las que se puede reescribir, a la mexicana y en estos tiempos, la historia de la gallina de los huevos de oro, una de esas fábulas con las que solemos educar a nuestros hijos en torno a ciertos valores morales.
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No me meteré al espinoso asunto psicológico de un mandatario que con apenas el 20 por ciento de aprobación ciudadana y decenas de protestas en las calles de casi todo el país, salga a tratar de explicar la crisis económica con un relato para niños. Tampoco haré el chiste fácil de que nuestro gobernante por fin ha demostrado que leyó un libro, aunque haya sido en su lejana infancia, en este caso, el de las fábulas de La Fontaine.
Lo único que quisiera es leer y releer el relato original hasta entender qué tipo de moraleja buscaba el Presidente que aprendiéramos:
La gallina de los huevos de oro
La Fontaine
La avaricia pierde todo
queriendo todo ganar.
Para probarlo me basta
contar la historia fatal
del hombre cuya gallina,
si es la fábula verdad,
de poner huevos de oro
diariamente era capaz.
Creyó el hombre que en su cuerpo
iba un tesoro a encontrar;
la mató, la abrió, y a todas
las gallinas la halló igual,
perdiendo de tal manera
de su fortuna lo más.
A las gentes codiciosas,
esta fábula les va;
en estos últimos tiempos
¡Cuántas he visto cambiar
de muy ricas a muy pobres,
porque ambicionaban más!