Cuando muere un río no se publican esquelas en los periódicos. A nadie se le da el pésame. Tampoco hay velorio ni funeral. Digamos que no es fácil enterrar a un río. El río convierte su cuenca en mortaja. Y las personas no acostumbran salir a la rivera del río fallecido a arrojar ni flores ni cartas de despedida.
En México estamos viviendo uno de los peores desastres ambientales de todos los tiempos. Estamos siendo testigos del simultáneo asesinato de los ríos Bacanuchi y Sonora, en el estado de Sonora, del Río San Juan en el estado de Nuevo León, del Río Hondo en Veracruz, del arrollo La Cruz en Durango y del lago de Cajititlán, en Jalisco, ante la absoluta incapacidad o indiferencia o complicidad de las autoridades, tanto locales como federales, para frenar por un lado la catástrofe ambiental y por el otro para sentar un precedente legal de castigo a los responsables que evite que esto siga sucediendo en el escenario sin límites que será para las trasnacionales el regalo que Peña les dio con la Reforma Energética.
En el ecocidio que acontece en Sonora el Grupo México (quién ya debe varias) es el responsable directo de la tragedia que se está viviendo y que afecta a decenas de miles de personas (junto con el gobierno del Estado y sus verificaciones piteras). En lo que se vive en Jalisco y Nuevo León los responsables son Petróleos Mexicanos y aquellos criminales que ordeñan los ductos de manera absolutamente irresponsable (¡por lo menos deberían robar con conciencia ambiental!). En Jalisco se echan la bolita pero los peces siguen muriendo en el lago de Cajititlán en cantidades apocalípticas.
La muerte de una persona siempre será triste, pero la muerte de un río hace del río un río de muerte, una fuente de sequía, enfermedad y desolación que va matando todo a su paso, incluso a las personas. Esos crímenes no pueden quedar impunes, esos crímenes no pueden ser cosa de todos los días, no pueden estar sucediendo sin que nada suceda.
El gobierno de Enrique Peña Nieto le apuesta todo al petróleo. Su existencia política gira en torno a los grandes recursos económicos que el petróleo va a proveerle a él y a sus socios de “utilidad compartida” a partir de la Reforma Energética, pero es incapaz de ver el daño ambiental que ha causado una política de depredación petrolera cuyo máximo baluarte son los yacimientos por encima de las personas y del potencial creativo e intelectual que todas esas personas que no viven del petróleo le aportan a este país.
La impunidad tanto del Grupo México como del Estado mismo representado por Petróleos Mexicanos es una muestra de lo mucho que NO ha cambiado este país, de lo mucho que NO se está moviendo, contra lo que proclama el presidente. Matar los ríos es ir contra el movimiento. Por eso lo del Zócalo el día del “informe” fue una metáfora perfecta: este país de pronto se volvió un estacionamiento.
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(FERNANDO RIVERA CALDERÓN / @monocordio)