“Despierta México”. “¿Qué cosecha un país que siembra cadáveres?”. “No siembran cuerpos sino semillas de la revolución”. “Ayotzinapa vive, la lucha sigue y sigue”. “¿Por qué, por qué, por qué? ¿por qué nos asesinan, si somos la esperanza de América Latina?”. Cánticos, pancartas, graffiti ocasional. Sobre los costados de Avenida de la Reforma, observo a hombres y mujeres que acaso habrán vivido otros movimientos estudiantiles con los ojos encendidos. Ojos que la política gatopardiana instrumentada por medio de una aplanadora de represión, olvido y saqueo; violencia, corrupción e impunidad; pactos, mentiras e incompetencias, habían ido apagando poco a poco hasta que la flama de la esperanza se convirtió en un pálido humo, erguido sobre las cenizas de lo que su generación no pudo alcanzar. Esos ojos centelleantes responden al exabrupto de vida que emana de la corriente –que avanza como una marea que no se deja intimidar, que amenaza con convertirse en gran ola pero que por el momento serpentea como un río con vocación pero sin prisa–: los estudiantes cantan, las estudiantes tocan instrumentos, los estudiantes gritan consignas, las estudiantes levantan pancartas. Estudiantes. En una abrumadora mayoría.
El único gesto de violencia que observo es un hombre de edad avanzada que se precipita sobre un puñado de hombres y mujeres, también de edad avanzada, que han llevado un estandarte de Morena. “Sinvergüenzas, ¡largo de aquí! Esta es una lucha ciudadana”, clama el hombre. La respuesta de los proselitistas de Morena encierra los motivos por los que la ciudadanía, especialmente la que ha cultivado el pensamiento crítico, no quiere a la clase política, sin importar colores o inclinaciones, si quiera a golpe de vista. “Seguro eres de gobernación, vienes borracho”. Arremeten descalificación por delante ante la ausencia de argumentos. Ni siquiera Morena era bienvenido ayer. Como dice la canción de Richard Hawley: antier, las calles fueron nuestras.
Cinismo, miopía y desvergüenza noto en los titulares de algunos periódicos que le dan la misma importancia a una expresión franca, honesta, joven, espontánea y ciudadana, que a los aislados brotes de violencia (¿promovidos por quién?) en CU. Cualquiera que haya estado en la marcha ayer podrá atestiguar la cátedra de civilidad que los manifestantes le dieron a una clase política troglodita que “gobierna” de espaldas a la realidad. No hubo un solo policía en el camino. Los locales comerciales, abiertos todos, vieron como decenas si no es que cientos de miles (y no unos cuantos miles, como acusan la mayoría de los medios) desfilaron con tranquilidad por las calles del centro. Ayer por unos instantes pudimos imaginar cómo sería un país con educación y sin militares. 20 mil es la cifra oficial del gobierno local. Otra muestra más de tozudez, otra muestra más del desprecio y de la actitud de soslayo ante la voluntad pública. El Zócalo estuvo casi siempre lleno. Matemáticas que hasta un niño de primaria podría hacer: si en un concierto (Justin Bieber, Café Tacuba, etcétera) el Zócalo alberga hasta cien mil personas, y la afluencia llenó varias veces el Zócalo, entonces podemos asegurar con bastante confianza que antier salieron a la calle más que “miles de manifestantes”.
El mal tiempo que ha azotado a esta ciudad propuso una tregua que fue asida con plenitud por los marchistas. El cielo se abrió y la luna se sentó, como un faro oracular, encima del Zócalo. Henchida de orgullo, empachada de dignidad, cobijó la indignación, el dolor y el hartazgo. Doctores vestidos con batas, estudiantes de danza bailando alrededor de una tambora, estudiantes de música entonando fúnebres óperas, consignas ocurrentes y otras solemnes: por primera vez en mucho tiempo México muestra señales de vida.
Nos preguntamos una y otra vez qué seguiría después de esto. ¿Cómo evitar que el movimiento se desvanezca como sucedió con los indignados madrileños, con Occupy Wal Street en Nueva York? ¿Cómo aprovechar esta inercia para romper el cerco criminal que las clases políticas y empresariales han levantado para separar la voluntad ciudadana de sus palaciegas maneras? ¿Es necesario tener objetivos claros y puntuales? ¿Son necesarios los líderes? Preguntas complejas que por ahora no parecen tener respuesta. Preguntas que tendremos que hacernos y que el tiempo ira respondiendo. “En el norte la gente está enojada porque apenas reaccionamos en el centro a pesar de que la catástrofe y la debacle llevan años causando estragos en otras zonas del país”, me dice un amigo norteño. Cierto es que la respuesta quizá llega tarde pero los movimientos sociales tienen vida y tiempos propios. En Túnez un comerciante verdulero inmolado detonó la primavera árabe (de cuyos negros amaneceres tendríamos que aprender). Siempre hay un incidente que propulsa la chispa que enciende la pólvora que levanta el incendio. Lo que tocaba por ahora era dar una muestra de vigor y de reacción. Provocar esa chispa. Que venga esa pólvora que no desperdicie este breve pero intenso fulgor. Este país necesita no un cambio sino un trasplante de todos sus órganos vitales. Es hora.
(DIEGO RABASA / @drabasa)