Supongo que es la edad. Y los muchos procesos electorales que me ha tocado ver y cubrir.
Se puede documentar que esas críticas sólo tienen dos explicaciones posibles: quisieron ser candidatos a algo y no los dejaron o ya les ofrecieron la candidatura en otro partido.
Son tiempos de decirle adiós a los principios, de ver defectos que como por arte de magia nunca habían descubierto, de olvidar las críticas que hacían en el pasado…
Los argumentos son los mismos: soy capaz de cruzar el pantano que tantas veces denuncié, sin mancharme; puedo conservar mis principios, rodeado de quienes demuestran tener otros muy distintos; en realidad, lo hago porque tengo mucho que aportar; sí, me postula ese partido, pero en realidad soy “ciudadano”…
Pasa en todo el país y lo hemos visto por años: los partidos de oposición se dedican a la pepena.
En la Ciudad de México ese papel le toca a la coalición PRI-PVEM, que ha postulado a la panista Laura Ballesteros y a la perredista Polimnia Romana. Y no son las únicas.
Pero cómo criticar al PRI cuando, si revisamos un poco la historia, veremos que -por ejemplo- las coaliciones opositoras que llevaron a sus candidatos a gobernar estados como Sinaloa o Oaxaca fueron con expriistas. Así empezó Ricardo Monreal, hoy candidato de Morena a la delegación Cuauhtémoc: un priista que no quiso su partido y que de ahí saltó al PRD.
A los partidos sólo les interesa la rentabilidad electoral y a los distinguidos militantes, la chamba.
¿Qué tal Laura Ballesteros diciendo que los partidos han quedado a deber, que el PAN ha sido tomado por una camarilla y un día después, aceptando la candidatura del Verde?
¿Principios? ¿Ideología? Minucias. Su defensa es: sigo siendo la misma persona. Y el salto es tan repentino, que ni tiempo les da para leer los documentos básicos de su nuevo partido, la plataforma electoral ni nada que se le parezca.
¿A poco no se antoja sumar a la ley una prohibición que impida estos saltos? Algo como ponerlos en cuarentena.
Pero quizá lo que más nos debería sorprender es cómo la sociedad no castiga a quienes traicionan sus principios y su propia biografía con este tipo de saltos. ¿Cuál es el mensaje que mandamos como electores? ¿No importa qué hiciste, al fin que aquí no premiamos ni castigamos a nadie por su pasado?
No sólo ocurre, por supuesto, con los que saltan de un partido a otro. Probablemente es peor con los acusados por corrupción. O cómo entender que el gobernador de Sonora, Guillermo Padrés, quien primero se robó el agua que tanta falta hace en esa entidad y luego mintió sobre lo sucedido, pero que tiene una aceptación por encima de la media entre sus gobernados.
¿Estamos dispuestos a perdonarlo todo? ¿Simplemente no nos importa? ¿Por qué no usar al menos el voto para premiar o castigar? ¿Somos una sociedad de cínicos, a los que los principios, la ética nos parece irrelevante?
Los números, por desgracia, parecen confirmarlo: días de cinismo, amparados en una sociedad que nada cobra.
(DANIEL MORENO)