Necios que las violentan, las callan, las violan, las destruyen. Cuando las matan, nos destruyen a todos.
Cómo bailar en sus tumbas, cómo cantarles y comer junto a sus restos en un panteón vuelto fiesta. Los mexicanos nos llevamos pesado con la muerte. La celebramos en estos días, la hacemos bailar, la hacemos cantar, le leemos poesía, nos embriagamos de los recuerdos de los nuestros en el más allá. Recordamos la vida y los gustos de nuestros difuntos, los celebramos como si estuvieran aquí. Reímos frente a la muerte, unas veces por gusto, otras por miedo, por los nervios de pensar que tal vez hoy viene por nosotros, que nos llevará sin que podamos hacer nada. La muerte nos pone de fiesta en estos días. Es una relación única entre ella y nosotros.
Pero cómo bailar en sus tumbas, cómo cantarles y comer junto a los restos de las mujeres que fueron violadas, estranguladas y abandonadas en un barranco. Pienso en sus familiares en estos días, en su profundo dolor. Qué difícil ponerles una ofrenda, pero qué necesario es. No podemos olvidarlas.
En esta metrópoli lacustre, sacudida y enlodada por la violencia donde se levanta Chilangolandia conviven por lo menos tres estados donde sigue siendo un riesgo ser mujer, aun en 2017: Estado de México (más de 200 feminicidios), Puebla (más de 80) y CDMX (dicen organizaciones que son más de 50 feminicidios, aunque no se tipifiquen como tales). Están matando a las mujeres y nadie puede detener los feminicidios.
Matarlas es matarnos, a todos, en conjunto, a ambos géneros. No entender que asesinar mujeres significa acabar con este país es como no ver más allá del miembrito de los hombres machitos. Los feminicidios no se menosprecian, se detienen, se hace justicia, se detiene a los responsables y detonan medidas de seguridad efectivas para ellas. Hay funcionarios públicos que los esconden, porque no son compatibles con los planes electorales de sus jefes. Y como estamos en plena temporada electoral, aceptar que en sus tierras hay violencia contra ellas es poner en riesgo los planes de los funcionarios públicos que brincan como chapulines de tumba a tumba, de puesto en puesto.
Al resto de los mortales parece no interesarnos los feminicidios. Ya normalizamos esa violencia. La noticia de una muerta más por motivos de género la clasifican como un caso más en el paisaje noticioso de siempre. Nos parece normal. Hay quienes hasta se enojan y prefieren ya no leer noticias: “Ay, para qué, una se pone triste o mal, nada como sonreírle a la vida”. Cierto, pero sonríes hasta que te matan por ser mujer, por vestir como te da la gana, por caminar por donde te da la gana a cualquier hora, por decirle “no quiero” a otro hombre, por no aceptar la sumisión al otro género, por reclamar un sueldo igual al de cualquier otro empleado que tiene tu misma capacidad y nivel profesional.
Nada de esto te importa hasta que te toca, nada de esto te interesa hasta que no es tu madre, tu esposa, tu hija, tu hermana o tu amiga a la que le tocó. ¿En serio lo que queremos es seguir poniendo ofrendas a nuestras mujeres asesinadas?
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