Ayer fue un mal día. Y no exagero.
Gracias a la inexplicable invitación de Enrique Peña Nieto a Donald Trump, pudimos ver una escena humillante: el candidato republicano vino a México a decirnos, de frente, que sí va a construir un muro en la frontera y que él cree que sólo así podrá frenarse drogas, inmigrantes y violencia, los tres temas con los que asocia a México.
Y ni siquiera se quedó ahí.
Según él, México sólo le quita empleos a los estadounidenses y su trabajo será hacer todo lo posible para acabar con esto.
Es cierto que no hubo la locuacidad de otros días. No vimos al Trump desbocado. Pero no varió una coma de su propuesta de política exterior ni la de migración. “A los mexicanos hay que correrlos”.
Y todo lo dijo en México y frente al presidente de México.
¿Cuál fue la respuesta de Peña Nieto? Hizo una defensa de la comunidad mexicana en Estados Unidos y recordó que las economías de los dos países están profundamente conectadas.
Ah, ok.
Guardó silencio sobre esos discursos de Trump, en los que ha dicho que los mexicanos son delincuentes y violadores. No protestó por las propuestas del republicano, basadas en el racismo y su desprecio a México. Fue incapaz de pedir una disculpa. No rechazó la construcción del muro.
Y no pido que lo hubiera hecho por “orgullo”, por “valor” o para “lucirse”. Debió hacerlo porque detrás de cada insulto a México hay una propuesta de política pública de Trump que afecta al país, a la comunidad mexicana en EUA.
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Si gana Trump, será el desastre, pues no sólo sería el triunfo de un bravucón folclórico.
Por el contrario, escuchamos a un Peña Nieto ofreciéndole a Trump que su gobierno le haga el trabajo sucio a Estados Unidos, es decir, que endurezca los controles en la frontera sur y que expulse del país a todos los centroamericanos para que no lleguen a Estados Unidos.
El colmo: Según Peña, Trump no ha insultado a ningún mexicano, han sido mal entendidos.
La reunión fue la mejor plataforma posible para que Trump se mostrara como presidenciable y ya no como un locuaz.
Quizá creo que fue un día triste porque tenía yo la esperanza de que algo distinto ocurriera. Error. ¿Por qué habría de suceder algo distinto a lo que predijeron los analistas de todos los perfiles posibles, que dijeron que así iban a ser las cosas, que era una equivocación la visita? Le atinaron.
Sólo habría que concluir que el mal día para México quizá no terminó ayer. Ahora falta ver el daño que esta reunión le hará a la relación con la candidata demócrata, Hillary Clinton, que hasta ahora encabeza la encuestas y que no dejará pasar el insulto.