Era inevitable que, el día que renunció Luis Videgaray a la Secretaría de Hacienda, todas nuestras miradas las dirigiéramos a quién sería el sucesor y a las razones de la salida del “poderosísimo funcionario”.
No era gratuita tanta atención. Videgaray fue el secretario más influyente y todo un presidenciable… Supongo que todavía hoy su ausencia impacta en la vida cotidiana del gabinete, porque siempre estaba presente y su voz era definitiva.
Sin embargo, la renuncia no irá acompañada de un cambio en la política económica de este gobierno. Cambiarán las formas, los estilos, pero nada de fondo.
En cambio, ese mismo día el Presidente nombró a Luis Miranda como nuevo secretario de Desarrollo Social y eso sí puede ser una revolución.
Peña Nieto optó por Luis Miranda, un hombre que no tiene ninguna experiencia en política social y combate a la pobreza. Nunca un discurso, una propuesta, un antecedente en su carrera. Nada.
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Lo único que destaca de su currículum es que es un amigo cercano de Peña, que juegan golf juntos y que su tutor político fue Arturo Montiel. También que se ha negado a hacer pública su declaración patrimonial.
Sabemos que, siendo subsecretario de Gobernación en este sexenio, gozó de una libertad y un poder que no tuvo ningún otro subsecretario, y que contó con recursos y capacidad de decisión como nadie.
Le dicen “operador político”, es decir, es un político que usa los recursos públicos para comprar opositores, presiona para doblar a críticos o intercambia favores a costa de principios (voto por ti, si tú votas por mí).
Una de sus cartas de presentación es haber aceptado que no hubiera Reforma Educativa en Chiapas, a cambio de que los maestros levantaran su paro laboral.
Ahora imagínenlo en una secretaría millonaria, tan cerca de la elección presidencial y en un país donde se usan los programas sociales para comprar votos.
¿Cómo se inauguró Luis Miranda? En uno de sus primeros discursos, se le ocurrió recomendar que “así como se parten la madre los migrantes, pártanle la madre a esos malos que quieren venir a su pueblo a quitarles el orden, la paz y los beneficios”. ¿Qué significa eso? ¿Un “ya nos damos por derrotados, hagan ustedes lo que puedan”?
Combatir la pobreza, lo sabemos, ha sido uno de los grandes fracasos de esta administración, que no ha podido disminuirla y ni siquiera instrumentar programas sociales eficientes, capaces de apaciguar el hambre o frenar la desigualdad.
Preocupa el mensaje que subraya el Presidente, ante un problema urgente: primero mis amigos y mi partido.
¿Y después? Qué importa.