Advertencia. Esta columna no contiene cifras y ni datos duros sobre crímenes contra periodistas. Tampoco argumentos de libro de texto.
En las últimas horas en mi entorno familiar y amistoso he escuchado dos preguntas “de buena fe” sobre la movilización de periodistas, mayormente en las redes sociales de internet, en torno al rapto y asesinato de Gregorio Jiménez.
Esas preguntas son: 1) ¿Por qué no hacen lo mismo (movilizarse) cuando se trata de una persona “común y corriente”?, y 2) ¿Qué tal si realmente lo mataron por sus problemas con la vecina y no por su actividad pública: el periodismo?
Creo que la respuesta a las preguntas es una sola, y creo que podría explicarla mejor si recorremos la cronología de los hechos. Seré lo más sintético para tratar de no viciar, desde el relato, una conclusión.
Un mal día periodistas de la ciudad de México nos enteramos de que un periodista de Coatzacoalcos había sido secuestrado por personas armadas. Luego supimos su nombre. Y luego supimos que cubría nota roja.
Como existen todas las evidencias de que Veracruz de Javier Duarte es un estado con terribles antecedentes en investigaciones de asesinatos de periodistas (léase impunidad total), algunos colegas logran que prenda una movilización, que deviene internacional, para demandar que Gregorio Jiménez, Goyo, aparezca con vida.
Dentro de la tragedia, surgió una primera buena noticia. Este caso logró, así fuera momentáneamente, que se rompieran tres cosas: el sospechosísimo, la falta de solidaridad y, muy importante, como destacara en un texto Marcela Turati, que los colegas de Veracruz vencieran el miedo y protestaran sonoramente, cosa que se antoja fácil desde la ciudad de México pero no lo es en absoluto en varias partes del país.
Qué bueno que en esta ocasión no permeó esa noción carroñera de ¿qué tal si estaba metido en algo? Porque hay que reconocerlo: se necesita ser muy mala entraña para sospechar en automático de una víctima. Secuestran o desaparecen a un periodista, o a una persona no periodista, y no falta quién siembre la cizaña: “¿pues en qué pasos andaba?”. Eso, en este caso, no pesó.
Pero más allá del sospechosísimo, hay medios que creen que sólo ellos son incorruptibles. Entonces, si el colega victimizado no militaba en sus sacrosantas filas, pues que se pudra. Les basta la versión oficial. ¡Como si las versiones oficiales en este país valieran algo más que el papel en que se imprimen! Qué raros son esos medios, dudan de los gobiernos en todo pero le creen a esos gobiernos cuando señalan capos, o cuando dan las causas de muertes de periodistas. Eso, en este caso, pesó poco, y afortunadamente se impuso la protesta tuitera y feisbuquera.
Ahora bien, qué mejor argumento de que este caso ha sido especial que el hartazgo expresado por los colegas de Veracruz, que han sufrido demasiados asesinatos y hasta la quema de un diario (Remember El buen tono?) y otros atentados. Y que a pesar de ello levantaran la voz resultó notable por sí mismo. Gracias Goyo.
Ocurrido todo lo anterior, vino la noticia del hallazgo del cuerpo. Ahora sí comienzo a responder a las preguntas. Y lo hago con preguntas. ¿Y qué se supone que teníamos que hacer los que nos interesamos en Goyo? ¿Decir, ah, qué tranquilidad que ya lo encontraron., aunque fuera muerto., ah qué tranquilidad que al menos este no será uno de los miles de desaparecidos que hay en México., ah qué tranquilidad que dicen que ya tienen a sospechosos de ser los autores del crimen,. ah qué tranquilidad que dicen que no fue por causas de su trabajo?.
En otras palabras, expresé preocupación (no voy a decir “defendí” porque sería un gesto de soberbia y egolatría, y no usaré el plural porque no hablo por nadie más) por Gregorio para empezar, sí, porque era periodista, pero también porque nadie, nadie en un país que quiere ser un actor de un mundo civilizado, nadie en el país de mis hijos debería acostumbrarse a que unos tipos lleguen y secuestren a alguien, en su casa o en la calle. Y nos hemos acostumbrado demasiado a eso.
Expresé mi coraje, en las redes, porque claro que ayer fue Gregorio, periodista como yo, pero mañana podría ser yo, o tú, lector, periodista o no, el raptado y no faltará un idiota que diga en automático: pos algo habrá hecho.
Me sumé a la protesta, virtual, porque no puedo imaginar menos humanidad que pedir pruebas a una víctima para así evaluar si me solidarizo o no con ella. Qué mezquino tendría que ser para actuar de esa manera.
Y sí, hay casos que son catalizadores de un hartazgo. Este lo es (¿o tristemente ya debo hablar en pasado al respecto?). Porque si incluso resultara que fue por un pleito estúpido que secuestraron y mataron a Gregorio, ¿se supone que ahora la palabra de un desprestigiado gobernador como Javier Duarte, que no ha dado la cara en este caso, nos debería satisfacer para dejar en sus manos la procuración de justicia para Gregorio?
Protesté por el caso de Gregorio porque es una persona con la que sentí empatía, seguramente derivada de que nos dedicamos a lo mismo. Quizá no he protestado abiertamente por otros casos porque creo que soy más útil si me involucro en ellos desde la capacidad profesional de editor: pido y hago notas sobre algunas de esas otras víctimas.
Y si al final resultara que fue estrictamente un caso donde una riña tontísima derivó en la muerte de un señor de nombre Gregorio Jiménez, padre de 7, de modestos ingresos, entonces simplemente tocaría reflexionar si no tendría que involucrarme más y más en otros casos para que pronto nunca más haya en mi país una señora o un señor que pueda comprar la muerte de una persona, periodista o no.
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(SALVADOR CAMARENA / @salcamarena)