En el asunto del asesinato múltiple del fotoperiodista Rubén Espinosa, la activista Nadia Vera y de Yesenia Quiroz, Mile Virginia Martín y Alejandra Negrete, veo que se forman dos campos en la opinión pública. Uno, que está convencido de que, por lo menos en el caso de Rubén Espinosa, se trata de una muerte directamente relacionada con la libertad de prensa; y otro, que desestima ese vínculo, pide paciencia para conocer el avance de las investigaciones, o de plano apoya la hipótesis de que se trata de algo más bien turbio, relacionado con la vida privada de las víctimas.
Yo soy de los primeros. Firmé una carta que le dio la vuelta al mundo, la suscribieron premios Nobel y editores de importantes publicaciones de diversa índole, y además provocó una editorial del New York Times en que acusa al gobierno de Peña Nieto de no haber hecho suficiente para proteger a los periodistas o combatir la cultura de la impunidad.
Confieso que firmé la carta con algunas dudas: ¿y si en verdad se trata de un horrible asesinato que no tiene que ver con la actividad profesional de Rubén, o el activismo de Nadia? Pero en esto, me siento como muchos otros ciudadanos: soy incrédulo de la versión oficial.
Recientemente, comentaristas como Leo Zuckermann o Jorge Volpi han escrito en sus respectivos espacios sobre la incredulidad que nos aqueja. Vivimos en una época de profunda desconfianza, provocada en buena medida, por las mentiras del propio régimen, como lo atestiguan los casos de Tanhuato y Tlatlaya.
Héctor Aguilar Camín, en su columna de ayer, señalaba que un efecto de esta desconfianza es una guerra de sombras: las versiones de la opinión pública, redes sociales y medios no suplen la versión oficial, sino que sólo terminan predicando a un coro.
Aguilar Camín mencionaba que la convicción de la carta, es decir, la hipótesis de que el homicidio de la Narvarte es parte de una cadena de hechos contra la prensa que mancha la vida pública de México, no es contundente.
En efecto, no es contundente. Dudo que los representantes de PEN International o del Comité de Protección de Periodistas, organizaciones que apoyaron la carta, tengan mejores pruebas que vinculen la muerte de Rubén Espinosa con el ejercicio de su profesión. Lo que sí sabemos es que las investigaciones en otros casos, como el de Regina Martínez, la periodista de Proceso muerta en Veracruz, y de Armando Rodríguez, el periodista de el Diario de Juárez, son muy deficientes. Y como esos hay decenas.
En el fondo, lo que pide la carta es que se investiguen bien estos casos. Si hay un juego de sombras, en todo caso es un juego desigual. Es cierto que la prensa debe de investigar y presentar mejores pruebas, pero también que los representantes del Estado tienen un mandato público que la prensa le reclama. Una manera de salir de este juego de sombras sería, sin duda, que el Estado mismo diera versiones más creíbles o contundentes de estos lamentables hechos.