El Paseo de la Reforma, mítica avenida que ha merecido textos y crónicas de algunas de las plumas más destacadas de esta suave patria, fue uno de los destinos que la administración ebrardista eligió para aplicar el plan para remozar la antigua Tenochtitlán bajo una óptica Totalmente Palacio. Además de esas hermosas medias pirámides contrapuestas que aderezan el camellón en ciertos tramos y que evitan la siempre incómoda presencia de vendedores, mendigantes, et. al., en el muro que flanquea el Bosque de Chapultepec fue instalado un espacio de exhibición fotográfica que usualmente alberga bonitas muestras de reptiles, aves, paisajes tipo National Geographic, grandes iconos de la cultura mexicana como la lucha libre, el inventario de las actrices que han ganado el prestigioso Ariel o, cuando tenemos suerte, resultados de concursos abiertos al público que buscan mostrar el alto sentimiento nacional que nos embarga a todos los mexicanos, especialmente en tiempos tan maravillosos y estimulantes como los actuales.
En su libro Diario de bicicletas, el músico, escritor y artista David Byrne propone entender las ciudades como la manifestación concreta del inconsciente de sus habitantes, o sea, como la expresión de la manera en la que los individuos que la habitan se ven a sí mismos. Este espacio fotográfico ha servido para mostrar el alta autoestima que campa en nuestra orbe. Al diablo con los pesimistas que sólo centran su atención en las extorsiones, los exponenciales robos a transeúntes, las ejecuciones, la contaminación o los sempiternos problemas de vialidad, corrupción, impunidad, etcétera, etcétera. Quien no sepa valorar lo bueno que somos y tenemos, lo bello que es el planeta y todas las criaturas que habitan en él, es su problema.
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Por eso resulta sorprendente pasear por la exhibición que actualmente se muestra en dicho andador, muestra una colección que celebra los 30 años de retratar la vida en México de la agencia fotográfica Cuartoscuro. Qué mentes tan retorcidas las de estos muchachos, que creen que México se representa por imágenes como aquella de Felipe Calderón y un ministro de la Suprema Corte caminando por un pasillo flanqueados por la silueta de un militar. O está aquella en la que Elba Esther Gordillo y el ex presidente Salinas de Gortari caminan de espaldas tomados del brazo como un matrimonio que recién cumplió sus bodas de plata. Y qué afán por promover la imagen de vándalos insurrectos como ese tal otrora subcomandante Marcos hoy idem Galeano. O de exhibir esas espantosas imágenes que ocurren cuando los delincuentes se masacran entre sí, como esa que muestra a un niño baleado en un campo de futbol rápido. Aunque hay que decir que, por más mañoso que pueda ser el responsable de semejante despropósito, hay que admitir que tiene sentido del humor: si bien es cierto que salpica al paseante de sadismo al mostrar, por ejemplo, a un hombre en pleno proceso de autoinmolación a manera de protesta por un desalojo de la fuerza pública en una comunidad chiapaneca, también tuvo la puntada de exhibir una fotografía que muestra a Carlos Salinas de Gortari haciendo ejercicio despreocupadamente con el entonces diputado priista Luis Donaldo Colosio en los Viveros de Coyoacán.
Ya “fuera de guasa”, resulta inaudito ver esta impresionante muestra fotográfica que exhibe, con contundencia, a algunos de los personajes más siniestros de nuestra historia reciente, junto con estampas que articulan con mucha claridad la historia del horror que ha devorado nuestro país desde la primera década del nuevo siglo. Sabrán los dioses de la Administración Pública como es que semejante muestra fue autorizada por el Gobierno de la CDMX que no se caracteriza precisamente por su afán de reflexión, autocrítica y apertura.
La obra se llama con justicia “30 años de retratar México”, lo que logra esta colección de imágenes es hacer justamente un retrato de las zonas más oscuras de nuestra realidad nacional (que cada vez son más amplias y más siniestras). Contra el ruido y la prisa ubicuos, esa muestra, dispuesta para los que a pie combaten el frenético ritmo que nos devora día a día, se erige como una manifestación del inconsciente nacional que sale a la luz para mostrarle a nuestros ojos aquello de lo que estamos hechos.