Durante la convención republicana que entronizó a Donald Trump, el programa satírico The Daily Show aprovechó para entrevistar a simpatizantes del candidato y cuestionarlos acerca del slogan de campaña “Make America Great Again” [Hagamos que los Estados Unidos sean grandes de nuevo]. Los entrevistadores preguntaban a los seguidores del magnate neoyorquino a qué grandeza específicamente debían volver los Estados Unidos. Las respuestas ubicaban el momento máximo de esplendor añorado en la fundación de aquel país (a pesar de la esclavitud de entonces), a las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial (sin importar la segregación racial y las restricciones políticas de las mujeres de aquella época) o a los años ochenta (momento en el que el país vivía una especie de epidemia en el consumo de crack).
A pesar de que ni siquiera los fanáticos del magnate saben a ciencia cierta a qué se refiere su eslogan de campaña, lo preocupante del asunto es que la retórica incendiaria y vacía de Trump le ha dado resultados. Pasó de ser el bufón que nadie tomaba en serio en las primarias republicanas a estar al frente de algunas encuestas en la carrera presidencial en tan solo unos meses.
Pasada la sorpresa (¿el horror, debemos decir?) del surgimiento trumpeano, muchas mentes se han dado a la tarea de desmenuzar lo que el energúmeno magnate representa. La escritora norteamericana de ascendencia china Jiayang Fan, publicó en el New Yorker un texto en el que lúcidamente compara el discurso de Trump con el de Mao que dividió la población de su país entre “la gente” y “el enemigo”.
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Además de recalcar el peligro de esta narrativa, típicamente totalitaria, de conmigo o contra mí, en dicho texto, Fan cita un artículo de Foreign Affairs en el que se puede leer lo siguiente: ”la democracia occidental parecía haber alcanzado la envidiable posición de erradicar las líneas que dividen las clases sociales. Pero la campaña de Trump le ha mostrado al mundo que esto es una ilusión. La clase trabajadora norteamericana está enojada”. No obstante su incapacidad para esgrimir un solo argumento cuando es cuestionado acerca de sus vituperios y propuestas estrambóticas, lo que Trump ha sabido capitalizar, a través de una narrativa de división y odio exacerbado, es el resentimiento social de un amplio sector del electorado norteamericano que, con justa razón, se siente harto y exasperado con el establishment político y económico. Estos ambientes de crispación son un caldo de cultivo ideal para el enfrentamiento y la violencia. Los simpatizantes de Trump se entregan al odio de su discurso porque representa lo que ellos mismos traen en sus entrañas.
En México la polarización está alcanzando grados igualmente peligrosos. De la mano de narrativas manipuladas o francamente inventadas, distintos sectores sociales se repliegan al interior de sus núcleos duros y perciben todo lo que se encuentra fuera de él como amenazante y enemigo. Junto con la rabia que nos produce ver el nivel de descomposición y violencia en nuestro entorno, debemos de sumar la zozobra que produce la imagen de una sociedad cada vez más fracturada y dividida que difícilmente podrá generar un movimiento que restaure la dignidad y la esperanza de un futuro menos dramático que nuestro presente.