La democracia es un espacio de re-presentación y los símbolos constituyen una entidad de igual o mayor importancia que la letra muerta. Son al ejercicio político como el inconsciente al ser humano: no hay inteligencia que se les escape.
El gobierno que nos representa invitó oficialmente a Donald Trump a hacer una visita de seudoestado y nosotros no podemos sino preguntarnos ¿qué quiso decir eso?
No hace falta abonar al catálogo de abyecciones del magnate inmobiliario ni mucho menos al del gobierno federal, pero una actividad semejante no puede ser producto del insultantemente frívolo ejercicio cotidiano de la administración pública en tanto que implica algo que no caracteriza los afanes de este gobierno: improvisar y pensar. Alguien pensó que esto sería una buena idea y creo que, en nuestro carácter de representados, merecemos saber cuál fue el motivo.
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Los símbolos son mucho más difíciles de controlar que la palabra. Y aunque la comunicación social ha persistido en la técnica del agotamiento para distraer a sus interlocutores con discursos militantemente apegados al lugar común más burdo, el gobierno federal se comunica con nosotros de formas mucho más amplias y extensas de los que ellos piensan. Por ejemplo, las declaraciones que consigna en una nota El Universal del secretario de Hacienda en torno a la visita del “posible presidente” Trump no tienen desperdicio. En primer lugar, representan el respeto que tienen por nuestra inteligencia con frases como “el Presidente le dijo con toda claridad, primero en privado y después en público, que sus comentarios han agraviado a los mexicanos, se lo dijo con todas sus letras” o esta joya sobre el TLC: “No es algo que deba revertirse, como en algún momento propuso Trump. Creo que las expresiones de Trump al terminar la reunión ya no son de cancelarlo…”. Además despiertan un enigma insondable: ¿por qué en el momento de mayor crisis del candidato republicano Donald Trump sucede este encuentro? La narrativa de la elección gringa, lejos de los canales de propaganda conservadores, empieza incluso a preguntarse si no será una victoria aplastante. La atmósfera política puede cambiar muy repentinamente y, en ocasiones, por eventos en apariencia insignificantes. Dudo que la relación económica y política con México le preocupe tanto al electorado estadounidense como para incidir en sus preferencias electorales, pero no dejan de ser interrogantes las razones, el momento y, por supuesto, la forma en la que el círculo de poder gubernamental más alto de este país se reunió con Donald Trump.