En uno de sus más recientes late shows, el comediante Stephen Colbert dijo que no sabía a ciencia cierta si Donald Trump le producía más horror o entretenimiento. La inevitable autoinmolación que han vaticinado lo mismo demócratas que republicanos (parece tener un igual número de adversarios en ambas filas) ha tardado en llegar y la posibilidad de que Trump sea el candidato republicano en la carrera presidencial parece tener cada vez más forma. Al margen de que el exestrella del reality show El Aprendiz consiga prolongar la inercia sobre la que se ha montado y logre finalmente la nominación, lo que me parece importante es analizar el fenómeno del candidato: ¿cómo es que un millonario que se ha negado a participar en la demencial carrera de gasto propagandístico ha arrasado en lo que va del proceso? ¿Cómo ha conseguido mantener a raya a los barones del partido republicano a pesar de haber atacado a grandes íconos del Grand Old Party como George W. Bush o John McCain mientras que ha manifestado el apoyo a causas netamente demócratas como los planes de control parental? Trump es impredecible: ataca a los jerarcas de su partido mientras que alaba a enemigos crónicos de los norteamericanos, como Vladimir Putin. ¿Cómo consiguió un hombre xenófobo el apoyo de cierta parte de la comunidad latina en Nevada? Junto con la consolidación de su liderato en la carrera republicana, el misterio crece.
LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE DIEGO RABASA: ENTRE SÍMBOLOS Y PALABRAS
Cualquiera que se haya tomado la molestia de mirar durante algunos minutos un video de Donald Trump dirigiéndose a sus congregados en alguno de sus mítines entenderá la disyuntiva planteada por Colbert: su incapacidad para sostener una línea argumental por más de cinco palabras es para partirse de la risa, la estridencia, violencia y fatal ignorancia implícita en sus mensajes es para temblar del horror. Independientemente de que consiga o no la nominación, ya ha logrado imprimirle un efecto contundente a la carrera haciendo que el de por sí abyecto y nefando discurso republicano, secuestrado desde hace varios años por la ultraderecha más obtusa, crezca en su virulencia y abandone por completo la promoción de valores que se creían intrínsecos a los procesos electorales, aunque fuera en un grado de simulación, como tomarse la molestia de construir argumentos. Trump no necesita más que decir que abolirá el “siniestro” plan de salud de Obama con “algo grandioso”. No necesita más que insultos y manotazos sobre el podio porque lo que ha conseguido es insertarse en un registro emocional, el de la ira y la frustración, el del resentimiento y la rabia, el de la desesperanza y el indivudualismo, de un gran sector de la población norteamericana. En una entrevista reciente publicada en el portal Alternet (alternet.org), Noam Chomsky explicó de la siguiente manera el fenómeno Trump: “Miedo, de la mano del colapso social que ha traído el periodo neoliberal. Las personas se sienten aisladas, desesperadas, víctimas de fuerzas poderosas que no pueden comprender y a las que no pueden resistir”. Trump es, de acuerdo a la directriz trazada por Chomsky, un síntoma, el resultado de un modelo social y económico que precisamente promueve aquellos sentimientos de rencor que el magnate neoyorquino ha podido rentabilizar de manera tan hábil. Un modelo que se extiende mucho más allá de las esferas políticas y se incrusta en nuestra vida cotidiana. Que nos compele a monetizar todos los aspectos de nuestra vida (alquilar la habitación que nos sobra, rentar el espacio libre en nuestro auto, vender cualquier cosa que nos sobre), que pasa de soslayo ante los desastres que causa nuestro modelo de vida (ver el artículo “¿Viola tu móvil los derechos humanos?” en El País para entender lo que está en la base de nuestros teléfonos inteligentes, de ese nuevo mini I Pad que es ligeramente más grande que el nuevo I Phone pero ligeramente más chico que la tableta original) y esas nuevas formas de “conectarnos” con la gente que implican hacer una valoración de él o de ella a partir de las más superfluas valoraciones estéticas. El caso Trump es difícil de explicar, pero en más de un sentido la respuesta al fenómeno que ha despertado está más cerca de nosotros, de nuestro estilo de vida, de lo que podríamos o nos atreveríamos a pensar.