Hace tiempo tuve la oportunidad de trabajar con un grupo de artistas-grafiteros en el Deportivo Chavos Banda en Iztapalapa. Una de las actividades principales del grupo consistía en la elaboración de murales durante la noche que pudieran cambiar el paisaje de los peatones que circulan cotidianamente por ahí. “Si puedo hacer que la mente de una persona tenga una desviación, pase por una trayectoria distinta a aquella de su recorrido normal, a través de una experiencia artística, mi trabajo habrá valido la pena”, me dijo Koka, uno de los artistas más destacados del grupo.
La posibilidad de transgredir las fronteras de los museos y las galerías, usualmente circunscritas a circuitos sociales más pudientes, es una preocupación constante de muchos artistas contemporáneos. ¿Cómo llevar la experiencia estética lejos de estos recintos un tanto sacralizados y ponerlos ahí donde transcurre la vida cotidiana?, es una pregunta acuciante especialmente en países tan lastrados por la desigualdad como el nuestro. En su libro Una caja adentro de una caja adentro de una caja, Luigi Amara aborda este fenómeno. Dice Amara: “Las aureolas de las vírgenes y los ángeles bien pudieron esfumarse de la superficie de la tela, pero no desaparecieron del todo de la sala de exposiciones. Todavía delimitan el radio, el perímetro alrededor de las obras, instaurando esa ‘lejanía inaproximable’ de la que hablaba Walter Benjamín”.
Para salvar esta “lejanía inaproximable”, la galería Kurimanzutto ha realizado dos proyectos que expulsan obras de arte fuera de su galería. El primero puede ser visto por cualquier persona que pase frente a la esquina de Nuevo León y Sonora, donde han colocado un espectacular cuya superficie exhibe, de manera itinerante, la obra de diferentes artistas.
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El segundo consiste en una exposición fotográfica de Nobuyoshi Araki en la cantina Ardalio en la colonia Escandón. Araki es uno de los fotógrafos más célebres y polémicos de Tokyo (él se define a sí mismo como un fotógrafo tokiota más que japonés). Sus imágenes de mujeres desnudas, algunas de ellas amarradas o en posturas que sugieren escenas sadomasoquistas, han despertado ámpula entre ciertos grupos feministas y ligas de la buena moral. El poder constructivo de Araki, reside en su capacidad para transgredir las fronteras de la superficie bienpensante, lo políticamente correcto y cualquier otra atadura o limitante. Sus imágenes incomodan porque en su crudeza y sugerente violencia, apelan a algo constitutivo de las pulsiones de la mente. Además de su faceta como fotógrafo pornográfico, es uno de los grandes cronistas de su ciudad. El Tokyo de Araki exhibe la compleja simbiosis que se establece entre territorio y habitante a través de imágenes que acercan al espectador a esa zona extraña en la que se revela la cotidianeidad, que presenta paradojas como multitudes solitarias o yermos vitales. En su afán por darle forma y color a su tiempo y espacio, Araki ha creado un universo bizarro y único que contiene esa inquietante alteridad que sacude las conciencias atentas cada día.
Como le ha sucedido ya en numerosas ocasiones, la obra de Araki fue sujeto de un intento de censura por autoridades delegacionales que veían en su ostentosa exhibición de las zonas más recónditas de nuestra humanidad, una amenaza a las buenas conciencias que conducen el espacio público (político) de nuestra vida diaria. Derrotada la censura a través de la razón y la diplomacia, el público podrá ver la exposición de Araki de lunes a viernes en las siempre bulliciosas y vivas paredes de la cantina Ardalio hasta el próximo 13 de octubre. Sin duda un viaje hacia al interior de las zonas censuradas de nuestra intimidad que vale la pena transitar.