21 de octubre 2016
Por: Diego Rabasa

Miedo

El miedo es un mecanismo de control que induce en los seres humanos una especie de estado de excepción que en raras ocasiones se compagina con la reflexión y el pensamiento. El mundo atraviesa un estado de agitación global: prácticamente en cada continente hay conflictos violentos, crisis de refugiados, fronteras en pugna, debacles humanitarias. Durante este año, hemos observado cómo al menos tres de los procesos electorales más relevantes en el mundo han sido definidos precisamente a partir de campañas que utilizan el miedo como punta de lanza de su propaganda. El brexit en el Reino Unido, el “No” en el referendo colombiano y el ascenso de Donald Trump en los Estados Unidos tienen en común que han explotado el temor y el descontento, para canalizar ese miedo a través de plataformas promovidas por los sectores más conservadores y reaccionarios de estos países, teniendo un efecto definitivo en la vida de millones de personas.

El cauce de dichas campañas ha polarizado hasta el límite de la fractura dichas sociedades, situación que no es exclusiva de esas naciones occidentales (hay que ver los momentos que atraviesan otras como Argentina y España).

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Dentro de este caos planetario, la situación mexicana se encuentra dentro de los casos más alarmantes, más terribles. Según el Informe Especial sobre Desplazamiento Forzado Interno de la CNDH, en México al menos 35 mil personas han tenido que abandonar sus hogares por la violencia rampante. La cifra de muertos en los últimos dos sexenios asciende a cientos de miles y es mucho mayor que las guerras de Irak o Afganistán combinadas. A esto hay que sumarle los desmedidos e insoportables escándalos de corrupción que nos asolan sin parar en un páramo de total impunidad (por cada Duarte que cae, hay varios Moreiras, Borge, Marín, Montiel, Herrera, Ruiz, Aguirre, etc. etc. que siguen disfrutando de sus fortunas).

En medio de semejante entorno —y con el espejo de las campañas británica, colombiana y estadounidense—, no podemos sino suponer lo peor para el proceso electoral que se avecina en nuestro país (que de una u otra forma ya ha arrancado). El riesgo de que la crispación, la división y el miedo transformen el escenario político en un verdadero infierno para los ciudadanos es muy alto. La única alternativa ante dicha amenaza parece ser la articulación de una sociedad civil fuerte y organizada. Crítica y participativa. Durante la última elección, la reacción de este sector de la población llegó demasiado tarde para impedir el triunfo del actual presidente. Es difícil concebir qué sería de este país sumido un sexenio más bajo el yugo de otro gobierno corrupto y reaccionario. Por más histérico que pueda parecer adelantarnos más de un año a este escenario, es más fácil pensar ahora que no ha comenzado el tsunami de propaganda que traerá consigo un insoportable ruido que no nos permitirá siquiera escuchar el sonido de nuestro propio pensamiento.

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