6 de enero 2017
Por: Diego Rabasa

Aprender a ver

“La vista llega antes que las palabras. El niño mira y ve antes de hablar”
John Berger

 

En su libro Un séptimo hombre, el artista, narrador, dramaturgo, ensayista y crítico John Berger, una de las luminarias intelectuales más potentes y admiradas de la segunda mitad del siglo XX, hace un estudio sobre la inmigración posterior a la Segunda Guerra Mundial. En una de las últimas entrevistas que concedió antes de fallecer hace unos días a los 90 años de edad, Berger dijo que considera aquel libro más vigente que nunca. En otra ocasión, el nacido en Hackney, Inglaterra, dijo que los buenos libros son aquellos que se hacen cada vez más jóvenes con el paso del tiempo. Una forma de rehacer aquella frase de Calvino que define a los clásicos como aquellos libros que nunca terminan de revelar todo lo que tienen que decir.

Berger murió y no podemos sino sentir cierta orfandad y cierto temor por lo difícil que es concebir que tiempos como los actuales puedan parir a un hombre como este, que cuando ganó el Booker Prize (uno de los más prestigiosos, uno de los más acaudalados) donó la mitad de la bolsa a las Panteras Negras, y que estuvo muy cerca del EZLN cuando surgió a mediados de los años noventa.

Tras de sí deja una obra prolija que salta de las artes plásticas al cine, a la literatura y al pensamiento con la naturalidad de una brisa de verano. Uno de sus libros más célebres, Modos de ver, junto con el resto de su monumental obra, ofrece claves esenciales para transitar por estos tiempos violentos y convulsos en los que el mundo parece estar cambiando de piel. Modos de ver, que originalmente fue una serie documental producida por la BBC (y que puede mirarse aquí) ahonda en el peso que ha tenido la cámara en la manera en que comprendemos el mundo. Delinea nuestra incapacidad para comprender la diferencia entre lo visible y lo real: pensamos que la mirada, a través del lente, está libre de sesgo, cuando es todo lo contrario. No hay que ver sino el perfil de las redes sociales de casi cualquier usuario para comprender cómo la imagen que se nos ofrece ahí de los individuos es siempre una versión sublimada de cómo se perciben estos a sí mismos o, más aún, cómo quieren ser percibidos ante los demás.

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Los modos de ver de Berger fueron siempre un antídoto contra las narrativas oficiales, contra el aplastante deber-ser de un mundo sofocante. Sus ideas nos invitan a abandonar el confort del pensamiento sedentario y nos obligaban a comprender que lo real, en su flagrante ocultamiento, nos motiva a desconfiar de la mirada, o al menos a comprender que existen muchas formas de mirar el mundo, la materia y los seres que lo pueblan. En un mundo donde las dolorosas peregrinaciones humanas no dejan de derramarse a lo largo y ancho del mundo, dejando tras de sí horror y sufrimiento, en una sociedad obsedida con la imagen y la construcción de lo superfluo como sustituto de lo real, la obra de Berger no sólo rejuvenece con el paso del tiempo sino que se vuelve cada vez más urgente. Se ha ido uno de los más grandes artistas y pensadores de nuestro tiempo, queda su obra para transitar la eternidad en movimiento.

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