El norteamericano Morris Berman ha planteado a lo largo de diversos artículos la idea de que los representantes de gobierno en mayor o menor medida son figuras sintomáticas que representan componentes fundamentales de las sociedades que gobiernan. En ese sentido Donald Trump es el derrotero lógico de una sociedad enajenada, enferma, violenta y obsedida consigo misma. El caso mexicano es no menos dramático: la repugnante corrupción y el cinismo con el que, incluso en las circunstancias más dramáticas y trágicas, se conduce el gobierno federal, resulta representativo de una sociedad que en su conjunto (y salvo heroicas e importantísimas excepciones) reduce la acción política al cada vez más abyecto sistema electoral y el resto del tiempo transita por la vida cotidiana mirando al otro como un óbice o un adversario.
En momentos como los actuales, cuando al norte de la frontera existe un enemigo declarado, la comprensión de la acción política cotidiana, no entendida sólo como la resistencia o la manifestación activas, sino como la toma de conciencia de la manera en la que impacta a los otros, al entorno, a la comunidad a la que pertenecemos, nuestra forma de vida, se ha vuelto nada menos que existencial. Para hacerle frente a los arrebatos esquizoides del presidente Trump, tenemos un gobierno que no ha hecho más que saquear y ofender al pueblo que representan una y otra vez. ¿Cómo podemos tener la menor esperanza de que el gobierno defenderá los intereses de la nación cuando en su ejercicio cotidiano no ha hecho otra cosa que socavarlos? La flagrancia de la corrupta gestión del presidente Peña Nieto no encuentra sitio alguno para legitimar el tan necesitado frente de defensa.
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El filósofo inglés George Monbiot ha etiquetado a la era actual como “la era de la soledad”. La atomización de la vida cotidiana es uno de los grandes cómplices de los aparatos de poder que siguen subyugando y explotando a la población. Antes de que la inminente carrera electoral termine de trastocar todo sentido común y de normalidad en nuestro país, es necesario plantarse frente a dicha epidemia de soledad y establecer una insurrección a partir del urgente contacto y reconocimiento de las personas a nuestro alrededor. La hondura del pozo seguirá demostrando su elasticidad mientras no comprendamos que no existe posibilidad alguna de que un nuevo pacto renueve la vida pública sin la resurrección de aquella idea concebida por Carlos Monsiváis: la sociedad civil.