«Una de las escuelas de Tlön llega a negar el tiempo: razona que el presente es indefinido, que el futuro no tiene realidad sino como esperanza presente, que el pasado no tiene realidad sino como recuerdo presente».
Jorge Luis Borges, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius.
Sea a través de personas exiliadas en el fin del mundo, del estudio de pinturas rupestres realizadas en el Paleolítico o por medio de un hombre que vive con una comunidad de osos grizzlies, Werner Herzog ha dedicado buena parte de su obra al estudio de aquello que, al margen de las formas contingentes de la civilización, nos define como humanos. En las excepciones, los excesos y lo extraordinario, Herzog encuentra un territorio a partir del cual se pueden trazar retratos de la naturaleza de nuestra especie. Esa voz hipnótica, cálida, amable, rigurosa que teje la conducción de sus documentales, se ha convertido en una referencia cultural inconfundible. Herzog nos lleva lejos, en el tiempo o en la geografía, para poder mirar con atención aquello que tenemos cerca. Nos muestra realidades limítrofes para que el rostro en el espejo pueda ser visto con mayor familiaridad y con un poco más de compasión.
Su nueva película, Lo and Behold!. Reveries of a Connected World [Lo and behold: ensueños de un mundo conectado], ataja uno de los rasgos fundamentales de nuestro tiempo: nuestra obsesión por la conectividad virtual. Lejos de lugares comunes o conclusiones simples, Herzog abarca en su estudio tanto los rasgos más fascinantes de la interconectividad digital (como, por ejemplo, la capacidad de construir conocimiento a través de colaboraciones masivas entre personas en todo el mundo) hasta las perversiones más monstruosas (como la “curiosidad enferma” que despiertan videos sórdidos como el de una joven que quedó decapitada tras estrellar su coche, cuyas imágenes se viralizaron en cuestión de minutos hasta llegar a los ojos de los padres de la víctima). Los entrevistados despliegan, a través de la exposición de proyectos en vías de desarrollo, una radiografía de los deseos que fundamentan el curso de la civilización occidental. Aparece la génesis de este mundo interconectado, nos revela los sueños que darán forma al futuro y también nos muestra las pesadillas que dichos sueños pueden encarnar.
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Entre los personajes que desfilan en los diez capítulos que componen la cinta, vemos al creador y dueño de Pay Pal trabajar meticulosamente en lo que podría ser la primera colonia humana en Marte, a un genio de la robótica desarrollar máquinas que según su creador podrán derrotar a los campeones del mundial de futbol en el 2050, a ingenieros encargados de construir automóviles automatizados que prefiguran un mundo en el que los humanos serán cada vez menos necesarios, nos internamos en un centro de rehabilitación para adictos al internet o nos enteramos de un extraño síndrome que afecta a un puñado de personas que les imposibilita vivir expuestos a las radiaciones eléctricas.
Uno de los capítulos está dedicado a las explosiones solares que ocasionan pulsos electromagnéticos potencialmente fatales para la infraestructura de las telecomunicacones. Según algunos científicos no es un asunto de si esto sucederá sino de cuándo y cómo acontecerá dicho fenómeno que puede cimbrar los fundamentos mismos de la civilización contemporánea. Incluso esta prefiguración apocalíptica nos muestra una de los siniestros deseos más recurrentes en la historia de los seres humanos: el ensoñamiento del fin de la especie.
El complejo arco narrativo de la película —no siempre fácil de seguir— atraviesa algunas de las preguntas más acuciantes de nuestro tiempo. Como el gran artista que es, Herzog despierta muchas más interrogantes que las certezas que ofrece. Nos empuja a pensar en nuestro destino que es una forma de reflexionar en la dirección a la que apuntan nuestros pasos en el presente.