Dudé mucho sobre si escribir esta columna. En los últimos días leí varias veces en redes sociales —y entendí la razón del reclamo— que a los hombres nos toca callarnos y escuchar con respecto a la marcha de #VivasNosQueremos del pasado domingo, a #MiPrimerAcoso, a duelo.org.mx y a las muchas otras iniciativas recientes denunciando la generalizada criminalidad del machismo en México. Pensé que quizás escribir esta columna “de opinión” al respecto sería colgarme medalla de feminista y esperar el aplauso, pero la verdad no me siento así ni quiero ser ése. Creo que no tiene caso decir sin más que uno es feminista, como quien declara es comunista o socialdemócrata. En todo caso, para un hombre el feminismo debe ser una práctica constante y una vigilancia de las propias actitudes y posturas. El feminismo es aprender a callarse y escuchar, y asumir que lo que combate el feminismo está, en mayor o menor grado, en nosotros mismos. No basta con tuitear, marchar o con escribir columnas al respecto, sino que hay que modificar nuestro modo de relacionarnos con las mujeres y eliminar nuestros propios tics machistas.
No sólo se es machista por acosar en el transporte público, sino también por no exigir, en un trabajo, que se le pague igual a una mujer que hace el mismo trabajo que nosotros, por ejemplo. Yo he gozado del privilegio de la brecha salarial sin denunciarlo, por miedo a perder un poder derivado del machismo imperante. En mis relaciones de pareja también he sido machista de un modo vergonzoso y estúpido muchas veces. Me sentiría hipócrita, por eso, si dijera sin más que soy feminista, con la altitud moral de quien proclama ser vegetariano. Aspiro a ser feminista, eso sí, y a erradicar las actitudes que las mujeres me señalen como nocivas.
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Una de las muchas cosas que saco de las recientes protestas, además de la lección de solidaridad, es esa: debe quedarnos clarísimo que no somos nosotros, los hombres, los que definimos la violencia que ejercemos. No funciona así la cosa. Si una mujer te dice que mirarla de tal forma o invadir su privacidad de cualquier manera es acoso, es porque es acoso, y punto. De todos los privilegios a los que tenemos que renunciar empecemos por ese: el de las definiciones. La violencia machista la definen las mujeres. En días recientes se han hecho escuchar las muchas acepciones de esa definición. No se trata de algo que se someta a consulta o que requiera nuestra aprobación de ningún modo: el acoso lo definen ellas. Hacer bromas trivializando el problema es abonar al mismo.
A ver, mano, sé que te mueres por expresar tu gracejada de “Entonces, si te digo que te ves bonita, ¿te estoy acosando?”, pero cállate un momento y lee los testimonios. Si uno solo de ellos habla de algo que has hecho, no lo hagas nunca más. Empecemos por ahí. Luego todavía vendrá un largo proceso de aprendizaje.