El periodismo es, ante todo, un acto de servicio. Es ponerse en el lugar del otro, comprender lo otro. Y, a veces, ser otro. Esta frase sintetiza el pensamiento de Tomás Eloy Martínez, uno de los periodistas más lúcidos, íntegros y valerosos del último siglo.
Graduado en literatura española y latinoamericana, Tomás Eloy eligió el camino de la literatura sin renunciar al periodismo, el motor vital que acompañó y movilizó su extensa obra, desde el inicio y para siempre.
En todos sus libros, el autor de Lugar común la muerte y Santa Evita se apoyó en el periodismo como un instrumento irremplazable de realidad y fuerza que permitieran al novelista –otra de sus frases célebres– ser capaz de poner la historia en acción.
El pasado 2 de agosto, el cadáver de Rubén Espinosa, fotoperiodista de Proceso y Cuartoscuro, fue identificado por sus familiares; había sido encontrado junto con otros cuatro cuerpos, en un departamento de la colonia Narvarte, con heridas de bala y signos de tortura.
El cuerpo de Rubén Espinosa se suma a los de otros 11 periodistas asesinados en Veracruz desde 2010, cuando el gobernador Javier Duarte asumió el cargo. Un punto en común identifica a Espinosa con los demás reporteros ejecutados: el epicentro de su trabajo era Veracruz, donde reportaban movimientos sociales y narcotráfico. Todos eran reconocidos por su trabajo crítico e independiente.
Una circunstancia que diferencia a Espinosa de los 11 reporteros muertos: no fue asesinado en Veracruz, sino en la Ciudad de México. Unas semanas atrás, unos mensajes amenazantes lo habían obligado a huir, en un intento desesperado por mantenerse a salvo.
El periodismo es un acto de servicio, proclamaba Tomás Eloy, porque quien lo ejerce de manera íntegra y honesta ayuda a tender puentes en donde no los hay, a iluminar con la luz de su trabajo los reductos oscuros del poder y la sociedad, y a abrir las puertas de ese misterioso cuarto cerrado, citando a Yuri Herrera, uno de los escritores más destacados de la literatura mexicana, desde donde algunos individuos toman decisiones que llegan a los ciudadanos enteras y con vida propia.
¿En qué se ha convertido un país en donde un periodista debe huir para salvar la vida? La respuesta es sencilla y brutal: un territorio salvaje en donde matar a un periodista, como matar a cualquier persona, es posible porque la impunidad se ha transformado en un arma de exterminio.
En un país donde nueve de cada 10 crímenes no son esclarecidos, asesinar se ha convertido en una forma de solucionar diferendos. En el siglo XVII los caballeros dirimían sus problemas en un duelo; en este México del siglo XXI, no es necesario dar la cara para matar.
“Pórtense bien”, aconsejó hace unas semanas el gobernador a los periodistas, en Veracruz. ¿A qué se refería? Si el presidente Peña y su gobierno tienen voluntad de investigar, la Procuraduría General debe atraer el asesinato de Espinosa y citar a Duarte a declarar.
(WILBERT TORRE)