Vamos a jugar. Yo enumero varios objetos que hay dentro de un espacio y tú descubres qué espacio es. Ahí te va: una mesita, ropa doblada, una parrilla eléctrica de espiral, platos y otros cacharros de cocina; biberones, una bolsa de frijol, un jabón Zote, dos sillas, una radio, un colchón con frazadas.
Fácil, ¿no? Una casa, un departamento, un hogar, debiste pensar. Pues no. Fallaste. Recuerda que estás en México.
La respuesta es: un ducto del drenaje. Sí, un gigantesco tubo de concreto de dos mts. de diámetro abandonado a la orilla de un canal de aguas negras en Iguala. En mi visita a esa ciudad hace una semana, vi que unas 10 familias despiertan, duermen, departen, comen, ven tele, se visten y las parejas seguramente hacen el amor en hogares creados dentro de varios de esos tubos. Para ser precisos, hablo de los rumbos de la colonia… Progreso. Sí, viven en lo que, según la RAE, es “avance, perfeccionamiento”. Progreso a la mexicana.
Volví de la ciudad de las más 60 fosas clandestinas y los desaparecidos de Ayotzinapa con la imagen de toda esa gente que habita lugares que uno asociaría a las ratas, pero que en México sirven a la especie humana.
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Ya en el DF me levanté y vi la portada de Newsweek en Español: el presidente Peña Nieto, músculos faciales engarrotados, mira hacia el piso sobre el título “El salvador que no lo fue”. Si divagamos un poco, aunque no tanto, ¿sus ojos a adónde se dirigen? Quizá a la sociedad que encabeza que, aunque es vista con desdén por el Presidente porque está muy abajo (eso indica su mirada), sumó dos millones de pobres de 2012 a 2014. Es decir, Peña ve un conjunto de dimensión cósmica: 55.3 millones de pobres, casi uno de cada dos mexicanos.
Pero su mirada, también, es otra: la de un hombre rendido, la del líder que se extingue y -bajito para que nadie lo oiga- susurra: no puedo y no podré. No queda nada de esa estatua rozagante de carne y hueso que en aquella otra portada de Time, sobre el encabezado “Saving México”, emergía como el redentor visionario de mirada segura que, como indicaba el sumario, “ha cambiado la narrativa de una nación manchada por el narco”.
La única narrativa pone a México como país 103 (de 174) del ranking global de corrupción, y número 1 en percepción. Y hoy la madre de la corrupción mide lo que un dedo, es plateada y esa portada de Time también la mostró brillante: la argolla matrimonial, augurio de la obscenidad del gobierno, la casa blanca.
Nos convirtieron a México en un gran ducto del alcantarillado al que cada individuo busca mantener con dignidad: doblamos la ropa, hacemos la cama y ordenamos los cacharros para sentirnos en armonía. El problema es que por más coqueto que lo pongamos esto sigue siendo un ducto y no una casa blanca. Perdón, miento: la casa blanca, eterno símbolo del primer trienio del gobierno de Peña, también es un ducto. La madre de todos los ductos.