El otro día me dieron finalmente las llaves de una casita que compré en la colonia Doctores. Bueno, no es una casita, es un edificio de cuatro apartamentos minúsculos. Bueno, pero no es el edificio ni los apartamentos lo que importa (de hecho, están muy arruinados), sino que aquello lo compré con el propósito de demoler y construir una casa. Este proyecto inmobiliario lo estoy haciendo con un querido amigo, a quien convencí, no sé cómo, de que me acompañara en esta pequeña pero significativa inversión.
Todo iba muy bien hasta que, llaves en mano, salimos del notario a hacer acto de presencia en nuestra propiedad. “¿En qué estaba pensando, carajo?”, reflexioné cuando entramos a nuestro destartalado dominio.
No sé. Me confié en mi sexto sentido gentrificador, uno del que nunca me había aprovechado. Nací y crecí en la colonia Condesa. La vi deteriorase en los ochenta y renacer en los noventa. Mi generación puso los primeros cafés, La Fonda Garufa y El Café la Gloria. Un día la policía embistió contra las mesas en la calle. Asistí a las manifestaciones a favor de los cafés. Subieron los precios. Muchos de los antiguos comercios de mi infancia cerraron y dieron lugar a barecitos que sirven cacahuates. ¿Mejoró la zona? El Parque México, por otra parte, sigue siendo un paraíso.
Me mudé a la Colonia Roma, a la Plaza Río de Janeiro, cuando la zona era peligrosa y a la gente le daba miedo salir a la calle. Vino la influenza. Un grupo de vecinos decidió hacer un corredor Roma-Condesa para retomar las calles, y años después he visto un éxodo de Las Lomas a esta colonia. Guadalupe Loaeza es mi vecina. Los precios subieron aún más. Ahora estoy rodeado de restaurantes extraordinarios y costosos, bares y cafés que sirven el mejor pan de la ciudad. Pero si quisiera comparar un apartamento nuevo, sólo me alcanzaría para un cuartito.
Así que, mirando mis opciones, es decir, navegando las páginas inmobiliarias en la red, encontré esa casita en la Doctores. Cruzando la calle de Cuauhtémoc, los precios se van al suelo. La lógica del desarrollo de la ciudad indica que tarde o temprano el impulso de la colonia Roma tendría que derramarse a la colonia vecina. En realidad, ese impulso está tomando otra ruta que corre más bien por la avenida Insurgentes y Reforma, hacia la colonia Juárez, y desemboca en la Alameda.
La Seduvi ha anunciado un plan importante de regeneración de la Doctores, no lejos de donde compré. Eso no me ha tranquilizado. Con las llaves en la mano, sigo preguntándome “¿qué he hecho?”.
Pienso que la cuadra va a alucinar cuando aparezca una casa nueva, por más modesta que sea, y que sus viejos habitantes, las amas de casa y los maestros de los talleres mecánicos, se van a sentir amenazados. Si el destino de la Doctores en 20, 30 años, es el de ciertas partes de la Condesa, mejor que se quede como está. Pero ni ellos ni yo vamos a poder controlar lo que pase. Las ciudades cambian. El mercado manda. Ojalá hubiera un plan más iluminado.
( Guillermo Osorno)