A Marcelo Ebrard le ganaron las prisas, se aceleró y equivocó el cálculo en la búsqueda de la dirigencia nacional del PRD.
El ex jefe de gobierno apostó mal, se alió con impresentables y dinamitó su camino. Ahora solo un milagro lo colocará, ya no digamos en la presidencia de su partido, sino en la competencia por la misma.
En este espacio le contamos desde el 23 de julio pasado de la alianza de Marcelo con René Bejarano. La apuesta, que era arriesgada, resultó nociva para el ex gobernante capitalino. Primero, porque Ebrard no consultó con nadie el destape de su candidatura ni la creación de su tribu, Movimiento Progresista. Y segundo, porque la alianza con el protagonista de los videoescándalos, lejos de generarle fuerza para la contienda, lo hizo acreedor de antipatías dentro de su partido.
Ni al jefe de gobierno, Miguel Ángel Mancera, ni mucho menos al dirigente de su partido, Jesús Zambrano –uno de los líderes de la corriente Nueva Izquierda-, gustó que Ebrard tejiera un acuerdo en lo oscuro con el impresentable “señor de las ligas”, líder de la corriente Izquierda Democrática Nacional, con quien ambos mantienen un enfrentamiento.
Mancera no puede ver ni en pintura a Bejarano, y el hombre de los videoescándalos y su esposa, Dolores Padierna, dicen en corto que el jefe de gobierno “los traicionó” y ha propiciado una “campañita en su contra”. Por su parte, Zambrano y su corriente, son enemigos históricos del “señor de las ligas”, quien a través de su tribu lo torpedea a diario, lo mismo por firmar el Pacto Por México, que por asistir a eventos con el presidente Peña Nieto.
En distintos círculos perredistas, pocos vieron bien que Ebrard se adelantara tanto en “destaparse”. El ex jefe de gobierno presionó al anunciar su intención de ir por la dirigencia del PRD, y propició que los “Chuchos” y Mancera construyeran una alianza para hacer contrapeso a su unión con Bejarano. Con el mismo enemigo en común definido, no tuvieron dificultad para elegir a quien sería su candidato para enfrentar a Ebrard. Nueva Izquierda y el gobernante capitalino pactaron ir juntos y tener un candidato común: Carlos Navarrete, actual secretario del Trabajo del DF.
Por eso, es cosa de semanas para que Navarrete se separe del cargo y se dedique, de tiempo completo, a preparar su candidatura rumbo a la dirigencia nacional del PRD. El integrante del gabinete capitalino ya está haciendo maletas y construyendo alianzas. Apenas la semana pasada terminó de “planchar” su aspiración, en una reunión privada que sostuvo con Mancera, quien le manifestó su apoyo de cara a la próxima contienda perredista.
La candidatura de Navarrete es sólida en términos numéricos y de estructura, pues Nueva Izquierda –corriente a la que pertenece- tiene mayor fuerza al interior del sol azteca que Izquierda Democrática Nacional.
Ebrard puede tener razón en presionar a Zambrano y exigirle dejar de ser tan tibio frente al actual gobierno federal y no equivocarse al tachar de “instrumento del gobierno” a la actual dirigencia perredista, como lo señaló apenas el fin de semana: “¿Cómo acepta el presidente del PRD, Jesús Zambrano, ser el presidente del Pacto cuando se va a presentar la reforma energética y fiscal, que son sustancialmente contrarias a nuestras convicciones. Es una incongruencia”, le mando decir el ex jefe de gobierno al presidente de su partido.
Marcelo puede estar en lo cierto, y quizá su proyecto y su figura sean lo único que, como él señaló, podría evitar que el PRD “desaparezca” políticamente, pero equivocó el camino y erró en la elección de aliados.
Ir con Bejarano no hizo más que diluir la aspiración tempranera de Ebrard , de convertirse en líder del PRD. Los “Chuchos” y Mancera lo superan al interior del sol azteca. Por eso el ex jefe de gobierno, ahora pugna porque la elección para renovar la dirigencia perredista sea abierta a toda la ciudadanía, alegando temer “trampas y juego sucio”.
La idea de Ebrard puede no ser mala, pero carece de legitimidad pedir “juego limpio”, si se hace acompañar del impresentable René Bejarano.
Por acelerado, Marcelo se arrinconó solo y ahora no está seguro de ir por la presidencia de su partido. No competirá si no tiene la certeza de ganar. No resistiría un nuevo descalabro. Si Ebrard se presenta a competir y pierde, estaría diciendo adiós también a su sueño de construir la candidatura presidencial en 2018. Si no gana en su partido, menos lo hará afuera.
Si la elección es entre perredistas, como parece ocurrirá, Ebrard ni siquiera se inscribirá y Carlos Navarrete será, de la mano de los “Chuchos” y Mancera el nuevo presidente del PRD. Se aceptan apuestas.
(MANUEL LÓPEZ SAN MARTÍN)