Sábado a mediodía. Calor del carajo ßde esos urbanos/chilangos que se te escurren por cada poro. ¿No seremos del Cono Sur? Che sol a plomo que cae en esta defeña ciudad nuestra, en los meses que corren. Y ya veremos en “verano” cómo titiritamos.
Pero, bueno. No distractions, please.
Estábamos en que sábado a mediodía, sudorosos y deslumbrados. Tengo varias citas y decido que es una buena idea moverme en bicicleta. Coche guardadito, viva la movilidad alternativa. Como en mi colonia aún no hay EcoBici (dicen que ahora sí, que en un ratito más, que ya llega, que la ampliación del servicio, que la manga del muerto), inicio el periplo sabatino a pata. Varias calles, cruzo un puente, otro más (veo debajo de mi los autos varados en Viaducto y me digo a mi mismísima: ¡brillante idea montar en bici, Gabrielita!). Llego a la colonia (casi) vecina, en la que sí hay EcoBicis. Credencial aplicada, bici asignada, vamos pues. Hasta tuiteo un reconocimiento a los que normalmente me trolean con eso del #MejorEnBici.
Andiamo!
Y ahí comienza la aventura. El tráfico del carajo (sí, como el calor), y sin carril para la bicicleta. Búsquese, entonces, cómo circular sin morir en el intento. Brinco un coche salto la moto esquivo al wey que abre la puerta de la camioneta sin mirar me freno ante un perro esquivo a otro wey que da la vuelta así sin más subo por una banqueta para esquivar el bache caigo en trescientos micro-agujeros propios de toda banqueta chilanga que se respete atraigo los gritos de una señora medianamente alterada bajo a la calle vuelvo a esquivar a un wey que se cierra ahí como cosa suya llego al semáforo. ¡La Pucha!, diría Mafalda. No he avanzado ni dos cuadras y esto ya es un safari.
Paso a una zona más bici-amable. Un carril asignado y algo de mejor vibra pa’ los que pedaleamos. Me comienza a gustar la aventurilla. Hasta la calortzzzz se siente menos severa. Ahí voy, me digo a mi mismísima, faltan como doscientas cuadras para llegar, pero todo sabe mejor sobre dos ruedas. Nomás que no hay paraíso que se sostenga, ni energía que lo alimente. Algunos metros después, regresa la jungla. Y comienza la letanía: brinco un coche salto la moto esquivo al wey que abre la puerta de la camioneta sin mirar me freno ante un perro esquivo a otro wey que da la vuelta así sin más… ¡Jo’er!, diría Gabrielita [o sea, yo], andar en bici por la ciudad, más allá de los territorios hipsteriles que confinan espacios seguros para esa circulación, es un deporte de alto riesgo.
Al final, la libré. Sudorosa, alteradita ante mentadas recurrentes, odiando carrosbachesybanquetas, echando el bofe. Pero llegué. Y sí, es #MejorEnBici. Aunque… ¡ah, cómo nos falta para no morir en el intento!
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