Mariana Castillo, columnista de + Chilango, reflexiona lo que se vive en los lugares que visitamos, los cuales “resisten más allá de los deseos y expectativas de las personas ajenas que llegan”
Por Mariana Castillo Hernández
Llevo años replanteándome el acto de viajar y también el de escribir sobre ello. ¿Por qué? Claro que es importante el hecho de conocer otros lugares, personas y realidades, pero este acto hedónico puede y debe cambiar para que no se convierta en un lastre y en algo que afecte los lugares a los que llegamos, pero ante todo, a las personas que ahí habitan. En este periodo vacacional por Semana Santa viene de nuevo ad hoc esta reflexión.
Sentipienso que es importante hacernos algunas preguntas esenciales: ¿Desde qué filosofía viajamos y para qué?, ¿Dónde decidimos gastar nuestro dinero para hacerlo?, ¿Qué impacto tiene nuestra llegada en ese espacio? y ¿Cómo se sienten las personas del lugar con nuestra presencia ahí? Se debe poner un alto a la frenética acumulación y despojo.
Por ejemplo, hace unas semanas fui a Oaxaca, destino al que frecuentemente vuelvo año con año por temas de afectos, y la situación con el agua es insostenible y ha ido in crescendo, como ya lo viene siendo desde hace años en ciertos lugares y para ciertos sectores en condiciones de desigualdad.
Caminar por sus calles, desde el centro y zonas aledañas, es ver pipas y pipas por doquier. Leo del huachicoleo de este líquido y de los diversos frentes de defensa al respecto en Zimatlán, San Agustín Etla y más. También leo que la suspensión de las actividades de golf en el Parque Nacional Tangolunda se mantiene por fortuna, aunque Ricardo Salinas Pliego refunfuñé.
Planteó esto para tener conciencia de lo que se vive en los lugares a los cuales nos desplazamos. Personalmente, opto por opciones locales que trabajan desde prácticas comunitarias y en pequeña escala, donde el greenwashing no es el discurso y que no solo es para unos cuantos, porque ahora pareciera que lo sostenible se vuelve, para algunos, exclusivo y excluyente.
Encuentro una nota en El Universal Oaxaca, escrita por Paola Valencia, sobre el fanzine Desprecio y despojo. Turismo y gentrificación en Oaxaca, una coedición entre Coníferas tropicales y Espiral de pensamiento crítico, con la traducción de Matt Gleeson y participación de Obreros de la imagen.
Destaco el centro de la reflexión que radica en las contra narrativas: “no se pretende renegar de la práctica humana de la movilidad, lo que cuestiona es la forma en que los viajes se suscitan, haciendo ver las repercusiones coercitivas que acarrean al sólo responder a los intereses de la economía capitalista y a los moldes de control del estado”.
En el mismo tenor, el caso viral de la modelo norteamericana Breanna Claye y su enojo por la existencia de organilleros y el debate sobre las bandas en Mazatlán son parte del mismo problema. Debemos interiorizar y acuerpar que la otredad existe, nos guste o no. Antes de despotricar sobre lo que nos incomoda, de lloriquear como bebés en berrinche porque nada es como esperamos o queremos, ahondemos en los porqués y sepamos que estar en otra colonia, ciudad o país implica saber que no todo es como deseamos, que no solo con tronar los dedos o poder pagar, todo se transformará por arte de magia a lo que necesitamos o deseamos. Los espacios, más allá del turismo, tienen sus dinámicas internas y complejas, existen y resisten más allá de los deseos y expectativas de las personas ajenas que llegan.
Cada vez me dan más risa esos clichés de que quienes viajan más tienen menos prejuicios o son más sensibles porque estoy convencida de que si viajar solo te hace reposar en tus privilegios y replicarlos es una espiral de lo mismo con distintos escenarios bonitos de fondo. Ojalá que, además de disfrutar, viajar nos acerque un poquito a entender que las realidades no solo son las que conocemos, con todos los claroscuros que eso implica.