“Para querer ser gobernador de Nuevo León hay que ser un perfecto ignorante o un completo corrupto”.
Mauricio Fernández Garza
No es descabellada la decisión de las pasadas administraciones panistas de multiplicar exponencialmente el gasto en publicidad y (auto) promoción. Si eres el administrador de un edificio ruinoso, infestado de corrupción y desigualdad, atravesado por la violencia, con décadas de una política interior de abandono y rapiña, es más fácil remodelar la fachada que emprender una restructuración estructural del inmueble. Bombardeados por propaganda gubernamental, con los medios acorralados por presiones corporativas, gubernamentales o por el miedo a amanecer colgado de un puente si se reporta una noticia que toca una fibra sensible, aturdidos por el barullo ubicuo de las redes sociales, cada vez es más difícil encontrar formas de aproximarnos a la realidad.
El día de ayer tuve la oportunidad de ver el documental con el que Diego Enrique Osorno debuta como periodista cinematográfico: El Alcalde. Presentado en la última edición del festival de cine documental Ambulante, llegará próximamente a las salas comerciales de México gracias a Canana. La película muestra un perfil sin sesgos ni mensajes ocultos, sin ideas panfletarias o intentos de moraleja, de quien fungiera por segunda ocasión como alcalde del municipio más rico de América Latina, San Pedro Garza García, en el periodo entre 2009 y 2012.
El retrato es construido y narrado por el mismo Mauricio Fernández. El trabajo de los tres directores, Carlos F. Rossini, Emiliano Altuna y Diego Enrique Osorno, es un despliegue de discreción y buen gusto que combina la voz del Alcalde, con clips de su infancia y adolescencia, con largas tomas silenciosas que muestran al protagonista en su hábitat natural (expresión que adquiere un doble trasfondo por la obsesiva afición que tiene el político y filántropo cultural regiomontano por la cacería y las armas) y con breves fragmentos de noticieros televisivos que documentan y contextualizan pasajes claves en la gestión pública de Mauricio Fernández: como cuando dio a conocer la muerte del “Negro” Saldaña –líder de una banda de secuestradores en San Pedro que pretendía matar a Fernández– antes de que siquiera su cuerpo fuera encontrado por las autoridades, o como cuando presumió que “alguien” había ultimado al asesino de un policía de tránsito sanpedrino durante su gestión, tan solo 12 horas después de su crimen.
Desde hace varios años el trabajo periodístico de Diego Enrique Osorno nos ayuda a comprender los mecanismos del poder (tanto en la mafia como en la política y sobre todo en las zonas intersticiales, colindantes o comunes entre ambas), no bajo los afanes demagógicos de la retórica, sino en la más descarnada modalidad de la realpolitik. El retrato de este personaje, que sintetiza en sí mismo buena parte de las variables que definen nuestra realidad nacional, nos ayuda a dimensionar en su justa medida la situación en la que nos encontramos.
Al margen de las cooptaciones corporativas, las presiones gubernamentales o las amenazas criminales, la voz de Osorno se ha erigido como una de las pocas fuentes confiables que tenemos para acercarnos al interior, al sótano más oscuro, profundo y sitiado por el horror, de ese edificio en ruinas que hoy habitamos.
(DIEGO RABASA / @drabasa)