Ya lo había dicho Cortázar: “cuando te regalan un reloj, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, (…)Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.” Me pregunto ¿qué habría pensado el autor deRayuela si hubiera conocido los Smartphones? Estos aparatos no sólo tienen relojes sino cámara de fotos, Internet, despertador, GPS, aplicaciones para chatear o hacer gratuitamente llamadas de larga distancia, consultar el periódico o entrar a las redes sociales. Se les llama “depredadores”, no sólo porque acaban con los fabricantes de brújulas, linternas, agendas, calculadoras y de todos los aparatos que estos incluyen, sino también porque nos secuestran a nosotros, sus supuestos dueños. Una vez que se adquiere uno, resulta imposible prescindir de él. El BlackBerry, por ejemplo, lleva ese nombre porque desde sus orígenes se pensó como un grillete psicológico que nos acompañaría a todas partes y del cual no podríamos deshacernos. Como cualquier objeto o sustancia que genere adicción, al principio se disfrutan mucho pero perderlos o incluso olvidarlos por ahí, puede causar verdaderos ataques de ansiedad.
Además de la dependencia, una de sus peores desventajas se podría resumir en una frase: el robo de la privacidad. Perder el celular ya no es lo mismo que antes. Ahora implica también perder los contactos y las fotos familiares, dar acceso a nuestro correo electrónico y, a veces, hasta a la tarjeta de crédito. Los teléfonos dicen cosas acerca de nosotros que muchas veces no quisiéramos contar. Permiten saber el punto exacto de la ciudad en el que nos encontramos, qué lugares hemos visitado antes, a qué tiendas y a qué espectáculos hemos asistido, información que las mismas compañías de teléfono venden por sumas considerables a las empresas de publicidad y quizás ¿cómo saberlo? a otras más ominosas… El Whatsapp, una de las aplicaciones más usadas y también de las más indiscretas, permite saber a todos nuestros contactos si estamos en línea o a qué hora nos conectamos por última vez, si hemos leído los mensajes de tal o cual persona o si los hemos ignorado.
Los celulares inteligentes están influyendo en asuntos tan personales como las relaciones amorosas y no sería exagerado decir que las están modificando. Se han convertido en una herramienta muy útil para la seducción pero también para acabar con la pareja, ya que un porcentaje altísimo de personas que haquean los teléfonos ajenos, lo hace para vigilar a su cónyuge. No es casual que los programas y aplicaciones de espionaje se anuncien así en la red. Cuestan alrededor de cincuenta dólares y se instalan en poco más de dos minutos sin dejar el menor rastro, mientras la víctima ve televisión, pasea al perro o nos prepara el desayuno. Ni siquiera llevando nuestro teléfono a un informático podremos saber si nos han instalado uno de estos programas, ya que la información del teléfono se envía a otro ordenador que a su vez reenviará los informes a la persona que los haya solicitado. Estas aplicaciones espías pueden utilizar nuestro celular como micrófono para grabar conversaciones y servirse de la cámara sin que nos demos cuenta. Por eso, muchos periodistas de investigación penal han adquirido el hábito de desmontar su teléfono siempre que pasan algún informe.
Hace poco, hablando con un reputado terapeuta de pareja, descubrí que el 50% de las rupturas se dan después de que alguno de los miembros accede al correo electrónico del otro, a sus chats o a sus sms. La tecnología no está ayudando únicamente a la comunicación sino también a su opuesto. ¿Cómo protegerse? Es difícil instalar un antivirus ya que estos programas son piratas, no están catalogados y tampoco sus antídotos. Los informáticos dirán: seleccionando muy bien a quién le damos nuestro número o prestamos nuestro smartphone; configurando de nuevo el sistema operativo en cuanto uno tenga la menor sospecha, bajo el riesgo de perder la información almacenada. Los más prácticos aconsejarán no adquirir ningún aparato que sea fuente de espionaje y los cínicos –un consejo nada despreciable y muy difícil de seguir-: hacer caso omiso de quienes nos espían y de lo que resulte de sus investigaciones, en pocas palabras, seguir disfrutando de la dependencia, ser el regalo del Smartphone sin oponer ninguna resistencia. Escoja usted mismo la solución que más le convenga…
( Guadalupe Nettel)