Medellín es una ciudad abrazada por las montañas. Los dos millones y medio de habitantes ya no caben donde la vida es más plana, así que han tenido que amontonarse en las laderas. A esos barrios en Colombia les llaman comunas y su fama de violentas la tienen bien ganada.
Yo no iba pensando en eso, pero Jorge Melguizo dejó de explicarnos por qué el metro es un orgullo para Medellín y comenzó a contarnos sobre la Comuna 13, el barrio donde se construyeron escaleras eléctricas y metro cable para el desarrollo y para que se fuera borrando esa idea de que en vez de estar subiendo al cielo, uno en realidad baja al infierno.
Jorge fue secretario de Cultura Ciudadana de la Alcaldía de Medellín y habla rapidísimo, como si estuviera en algún tipo de competencia. Nos llevó a la Comuna 13 en metro. Para ser honesto, creí que vería estaciones horrendas, tipo Pantitlán, o vagones sucios y pintarrajeados, tipo Línea 3. Y no: estaba en el tercer mundo que se comportaba como señorito: nadie escupía, no era necesario escuchar “antes de entrar, deje salir” para hacerlo, no se sentían —aún a esa hora pico— las miradas bragueteras y otras mañas que nunca faltan, no había tipos atronando el vagón con música ni vendían hasta lo imposible.
“Aquí hay algo que llamamos Cultura Metro”, nos dijo Jorge y enumeró lo que estaba prohibido hacer. No escuché todo en aquella carrera que Jorge sostenía contra las ideas, pero entendí que no se podía comer en los vagones y que casi era obligatorio para los hombres ceder el asiento. No sé por qué, pero juro que me acordé de la estación Pantitlán, por donde está mi barrio, y clarito vi al tipo vende marranitos de nata, vi a la típica que trae el tubo en el cabello y vi a los que se hacen los dormidos para no dar su lugar. “En México están implementando reglas para los usuarios”, le conté a Jorge y el creyó que se lo dije orgulloso. Debí desengañarlo: “Todos los chilangos deberíamos ir a terapia, nos valen madre muchas cosas”. Si los colegas españoles y la mexicana con los que iba piensan lo mismo del chilango, no sé, pero pusieron cara de que no les decía nada nuevo.
En Medellín, en resumen, la gente ha hecho suyo el metro porque es un bien que pertenece a la alcaldía, alcaldía a la que le pagan impuestos y no son pocos. Digamos que el metro es de todos y uno respeta lo que es suyo. Que el 94 por ciento de los medellinenses lo perciban como el transporte público más seguro, es un número que en DF suena inalcanzable. Creo que deberíamos de ir pensando que el Metro es como la segunda o tercer casa.
Pero me desvié. Yo vine a contarles de la Comuna 13.
(ALEJANDRO ALMAZÁN / @alexxxalmazan)