El Museo de la Narcocultura en el Distrito Federal te da la bienvenida con un fino monumento de piedra erigido en recuerdo de casi 900 militares mexicanos caídos desde que Richard Nixon decretó en Estados Unidos la guerra contra las drogas y México debió hacer lo mismo en su territorio.
En la lista sobresalen soldados rasos pero también hay Generales. Ninguno de los nombres que aparecen es más famoso que el de Enrique Camarena, el único caído de la DEA en México, en quien se han inspirado no solamente monumentos de piedra, sino casi una decena de libros, series de televisión y películas de Hollywood tan exageradas como una pijama blindada.
Aunque en años recientes ha sido abierto a algunos medios de comunicación y ha cobrado cierta fama, el Museo de la Narcocultura fue creado desde 1981, por órdenes del entonces secretario de la Defensa, Félix Galván López, el mismo que ascendió a General a un policía llamado Arturo Durazo, apodado “El Negro” no precisamente por su color de piel.
En aquél año, el Museo sólo contaba con una sala en la que se exhibían las principales drogas que se traficaban en esos años. La idea era mostrarle a los oficiales de alto rango las modalidades del narcotráfico en el país. En la actualidad, el Museo mantiene esa misma finalidad didáctica interna, aunque ya cuenta con nueve salas pequeñas pensadas para los visitantes civiles externos.
El capitán que nos conduce por el sitio no es el guía oficial. De hecho no hay un guía oficial del Museo de la Narcocultura. Esta labor puede hacerla cualquier integrante de la Sección 7 del Ejército, que es la que se dedica a producir inteligencia para las Operaciones contra el Narcotráfico. Todos estos hombres de elite están capacitados para explicar la narcocultura de México.
La curaduría principal del lugar está a cargo de un militar retirado, quien se coordina con sus compañeros para decidir cuáles de las miles de armas que se decomisan y son las que deben ser exhibidas. Los principales estados que proveen la museografía en honor de la pólvora son Tamaulipas, Michoacán, Nuevo León y Baja California.
No todas las pistolas o ametralladoras que están expuestas aquí están bañadas en oro ni son significativamente espectaculares, pero según el capitán que nos guía, casi todas tienen una cosa en común: antes de ser requisadas fueron usadas para atacar a militares. La historia del aseguramiento es la que marca su presencia aquí, no necesariamente lo naif que hay en muchas de ellas. El arsenal del narco que exhiben las fuerzas armadas no es un ente meramente decorativo. Cada objeto mostrado aquí tiene un karma de muerte.
A la entrada de la sala 9, que es la dedicada especialmente a la Narcocultura, sorprende una pijama. No es una pijama cualquiera, sino una pijama antibalas que usaba Osiel Cárdenas, el capo del Cártel del Golfo. El hombre al que hasta ahora se le adjudica la invención de Los Zetas, dormía con este atuendo color claro capaz de contener impactos de municiones calibre .9 y .38. Podría pensarse que el arte de hacer pijamas blindadas es algo despojado de todo glamour, sin embargo, al hombre que hizo esta ropa para dormir, el colombiano Miguel Caballero, se le considera diseñador de modas e incluso se le ha dado el delirante apodo de “El Armani del blindaje”. En la vitrina donde está la pijama del capo, también se exhiben el chaleco, la camisa y las botas vaqueras Cuadra edición 1904 que llevaba puestas cuando fue detenido.
El Museo de la Narcocultura es un homenaje a la desmesura provocada por la guerra contra las drogas. Y la ropa para dormir de un capo marca la pesadilla en la que vivimos atrapados.
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(Diego Enrique Osorno / @diegoeosorno)