El viernes, un titular urgente convulsionó los medios y redes sociales: “El Chapo está herido”. La versión de que al huir había sufrido lesiones en la cara y una pierna eclipsó la noticia importante: el narco más buscado había vuelto a escapar del gobierno del presidente Enrique Peña.
La cuarta fuga del Chapo (Puente Grande, 2001; El Altiplano, 2015; Los Mochis, Sinaloa, 30 de julio de 2015, y Tamazula, Durango, hace unos días) es la confirmación de un viejo oxímoron. Si Borges escribió que “había en su andar una graciosa torpeza”, el nuevo escape del Chapo muestra la autonomía dependiente del gobierno peñista respecto del gobierno de los Estados Unidos.
La revelación del Chapo herido partió de NBC, un medio gringo, seguramente filtrada por la DEA, que con otras agencias norteamericanas tiene una participación sobresaliente en la búsqueda de Guzmán. Horas después de la infidencia, el gobierno mexicano no tuvo más opción que confirmarla.
¿Sin la filtración a NBC, el gobierno mexicano hubiera revelado un hecho que le representa una derrota? Seguramente no. Pese a ello, la noticia del narco herido fue difundida como una victoria parcial: el ya merito del futbol trasladado a la guerra del narco.
El nuevo escape del Chapo tiene varios significados en otro oxímoron omnipresente: el amor-odio en la relación México-Estados Unidos. Dos vecinos que se quieren pero se repelen, que se necesitan pero no se entienden, que son socios pero desconfían del otro.
Hace tres años el gobierno peñista comunicó a la Casa Blanca que terminaba el intercambio de inteligencia y la colaboración antinarco entre ambos países, tal y como había funcionado seis años en el gobierno anterior.
Si Felipe Calderón pidió al presidente Bush todos los juguetes que utilizaba el agente Jack Bauer en la serie 24 horas, el presidente Peña puso un alto a la administración Obama. El argumento fue que la cooperación debía ser ordenada, pero en Washington se leyó como un abierto rechazo a que el socio del norte influyera más en las políticas públicas de seguridad y narcotráfico.
Calderón pudo incurrir en un error capital al asociarse con Estados Unidos en la lucha antinarco, pero al menos tenía claro un objetivo. Peña ha pasado del nacionalismo priista “yo puedo solo” a la humillación de la fuga del Chapo y a no tener más remedio que aceptar la participación de la DEA en la cacería, autorizando y dirigiendo la tecnología que se utiliza para este fin –drones y aparatos de intercepción– y filtrando información, dejando en vergüenza al gobierno mexicano.
Este nuevo episodio propicia algunas preguntas:
¿El gobierno peñista dejó huir al Chapo para evitar que una vez extraditado a Estados Unidos soltara información comprometedora?
¿Al Chapo se le busca vivo o se repetirá la historia de la DEA y el fin de los días de Pablo Escobar?
¿Es el regreso de la DEA a los tiempos de Calderón, con todos los excesos e ilegalidades que representó?