Mi pequeña hija pronunció algo simple como “Oye, papá, quiero que vayamos a un parque” y mi prima Gaby soltó una avalancha de carcajadas. Desconcertado, la miré. ¿De qué reía? “Es que nunca había oído a alguien que en la vida real hablara como La Chilindrina”, explicó esa tarde de 2011 en que ella, mi pariente argentina, recibió en su casa de Buenos Aires a nosotros, su familia mexicana.
-¿Habla como La Chilindrina?-, la cuestioné.
-Claro, como mexicana, o sea, como La Chilindrina-, insistió sin dejar de reír.
Gozaba hace 20 días en un huerto de City Bell mi primer mañana de regreso en ese país. Leía el diario Tiempo Argentino cuando, de pronto, me frené en la programación del Canal 9: la frase “El Chavo” se repetía una y otra y otra vez. Pensé en un error. Y no lo había: sábado y domingo ese canal abierto transmite ¡cinco! veces El Chavo del 8.
En ese momento, Luis Alzueta, el agricultor que me daba posada, me dijo entregándome un mate caliente: “Ha sido tan impactante El Chavo para este país, que muchos argentinos cuando se equivocan en algo dicen: se me chispoteó”
Al otro día, de visita en el tianguis del Parque Pereyra Iraola, en un puesto de ropa y junto a un jersey de Boca Juniors, colgaba una playera que decía “Soy Leyenda” con una imagen de esa cinta protagonizada por Will Smith. Sólo que la foto del salvador de la humanidad (Robert Neville) que ese actor encarnó fue cambiada en la playera por… Don Ramón. De mirada desafiante bajo su cachucha, cargaba un fusil en la devastada New York.
Pasaron tres minutos y en un changarro de adornos hogareños me topé a la figura de un niño de tirantes y gorra con orejeras: “El Chavo te sale 30 pesitos. Es de yeso sólido”, me tentó el vendedor.
Después hallé un viejo Quico de goma en un local de antigüedades del Parque Saavedra de la ciudad de La Plata; a una Bruja del 71 y un Ñoño rodeado de banderines de Messi en el aparador de la tienda Imperio Eleven de la popular Plaza Once de Buenos Aires; cajitas de cartón para fiestas infantiles con ilustraciones de Quico y Ñoño en la tienda Dulce Vida de la localidad Luján de Cuyo, y en la mítica calle Caminito de La Boca al viejo dibujante Villalba vendiendo un retrato al pastel de Don Ramón. Las apariciones de La Vecindad me perseguían.
Pero en avenida Santa Fe, paraíso intelectual con preciosas librerías como El Ateneo, probé que la identidad argentina tiene al Chavo metido en el tuétano: junto a otros best seller -como “Papa Francisco, una iglesia de todos” o “Siamo Fuori, por qué no ganamos un mundial en los últimos 24 años”- engalanaba los aparadores el libro “Sin querer queriendo. Memorias”, de Chespirito. Su portada: corazón amarillo en fondo rojo.
¿Por qué El Chavo desata esa locura en Argentina desde hace 40 años?
“La Vecindad es para el argentino un mundo atractivo y desconocido –opinó Celina Elso, jefa de familia del Barrio Savoia-. Mis hijos llegaban corriendo de la escuela para matarse de risa con el programa aunque su abuela se enojara porque los personajes decían guarangadas (peladeces). El Chavo siempre gustó por lástima, pero el verdadero ídolo de Argentina ha sido Quico”.
Días atrás, en la heladería Furchi de la glamorosa avenida Cabildo, en Buenos Aires, mi hija de seis años dijo “Híjole, este helado está delicioso”. Acto seguido, mi querida tía Graciela se rió. “¡Es que habla como La Chilindrina!”, justificó.
Y yo estuve a punto de gritar a los 4 vientos: “¡taaa-taaa-taaa-taaa!”.
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(ANÍBAL SANTIAGO / @apsantiago)