#CrónicasDeTaxi
¿Por qué no te compras un carro? Desde que pasé el tope máximo de lo que considero la edad de la gracia (los 25 años), y cada vez que alguien sabe que uso #taxi como principal medio de transporte, es inevitable escuchar esa pregunta.
Luego empezamos con el “cuánto gastas en taxis” y “en dónde vives?”, así miden mis condiciones socioeconómicas; “¿dónde trabajas?”, para hacer el rápido cálculo de mis ingresos y las pocas o muchas posibilidades de comprarme al menos un carrito de segunda mano. Inevitablemente, pues, escucho en mi cabeza una pregunta mucho más directa: ¿estás tan jodida que no puedes comprarte un auto?
No falla. Incluso algún #taxista la suelta “ya señito, mejor debería comprarse su carrito” (Jelou! No se entera de que soy su fuente de trabajo?). Como una parte (mínima) de mi persona es bastante estoica, pues sonrío y explico que no es pobreza -hay amables créditos a 380 meses sin intereses, muy accesibles incluso para mi-, pero la cruel verdad es que ¡tengo miedo! Miedo y flojera de conducir un vehículo y sumar a mi (atávica) neurosis, el estrés del volanteo y la lámina microbusera.
En mi vida -pre ecofriend y pre Ecobici-, he conocido a varios como yo, que alguna vez juraron odiar la sola idea de tener UN AUUUUTO. Nadie puede afirmar que le gusta el transporte público del Distrito Federal, la neta, pero si he escuchado que les gusta “recorrer las calles, conocer la ciudad, caminarla, blablabla”, sin embargo, al primer ascenso godinezco o luego de juntar para el enganche, estos andarines convencidos corrieron por su crédito automotriz para huir de los micros y sumarse a las filas de ilusos que atestan las vialidades y se frustran porque no hay suficientes espacios para estacionar o les rayan el carro o de plano se los roban.
Admitámoslo: a los chilangos no sólo nos gusta rodar, nos gusta que nos vean rodar, que se note que tenemos carrito, y si le invertimos a un buen vehículo, ¡mucho mejor! Significa que hemos avanzado, que somos “alguien” y que podemos ligar “algo”. No importa si el vehículo es de segunda o tercera mano o si empeñamos la vida en el famoso crédito automotriz y no tenemos ni muebles en el depa: tenemos auto, damos aventón, le damos buena propina al valet, tenemos a nuestro viene viene de confianza.
Quienes me conocen no se explican cómo yo, con mi orgullosa lejanía a los ritos chilangos -como visitar Acapulco en Semana Santa o comer en la Condesa los viernes o hacer “mi mercado” en el mercado-, no me compro una burbuja rodante que me mantenga perfectamente alejada del abarrotado transporte público, pero no, mi terror a incrementar potencialmente mi neurosis crónica es mayor al deseo por encapsularme y alejarme de esta ciudad en la que, en serio, tanto me gusta caminar.