Estaba Nicolás Maduro, Presidente de Venezuela, huyendo de algunas protestas en su país, cuando el auto que abordó, después de recorrer algunas carreteras rurales a toda velocidad, arroyó un puerco a la orilla de un terreno de siembra. Maduro, de inmediato y temiendo más descontento de la población, instruyó al chofer para que se presentara con el dueño del animal y a nombre de la revolución, se disculpara y le prometiera el envío de diez cabezas más, para acrecentar su patrimonio. “De inmediato, señor Presidente”.
—¡Épa! No se vaya así, déjeme su arma —le ordenó Maduro— no sea que me encuentren acá unos fascistas y no tenga yo cómo defender a la Revolución.
Así lo hizo el chofer, a regañadientes, quien partió a pie, rumbo a la casa del humilde campesino. Pasaron 10 minutos. Luego 30. Y después dos horas, Maduro a lo lejos logró vislumbrar que venía el chofer caminando de regreso, tambaleándose y a medio vestir. Estaba Maduro a punto de sentirse culpable por haberle enviado desarmado, cuando le preguntó: —¿Qué le pasó, compañero?
—Reportándole, Excelentísimo, que he sido muy eficiente —respondió arrastrando la lengua.
—No me diga —le reprochó—. ¿Y cuántos puercos les prometió?
—¡Ninguno! —replicó casi con insolencia—. Y no sólo eso. Me dieron mil dólares. Y luego, me ofrecieron a su bellísima hija de apenas dieciocho años para que hiciéramos el amor apasionadamente. Después, cuando salí de la habitación, me sorprendí porque me habían organizado un festín con toda la comunidad. ¿Bebidas? ¡Las que fueran! ¿Comida? ¡Toda!, desde arepas hasta churrasco. Al grado, mi Supremo Jefe, que me vine enseguida me pude zafar.
—¡Qué buena noticia! —respondió Nicolás Maduro visiblemente emocionado—. ¡Se nota que en esta provincia quieren mucho a la Revolución Chavista! Avísele de inmediato a mi gabinete que mudaremos el gobierno y mis poderes legislativo y judicial, para acá. Será lindo despertar en el campo, rodeados de gente cariñosa, donde seguro hay más pajaritos y hasta nos libraremos de la contaminación y el tránsito pensado…
—Sin duda —le interrumpió el chofer—. Cuando llegué, tenían cara de pocos amigos, hasta me recibieron apuntándome con un rifle, pero apenas me identifiqué, todos cambiaron y me sonrieron y me trataron como a un héroe.
—Y usted, ¿qué les dijo?— le preguntó ansioso el Presidente.
—Sólo les dije: “Señores, soy el chofer del presidente Nicolás Maduro y atropellé al cerdo…”
Algo pasa en Latinoamérica que parece que hemos tenido un retroceso en la democracia. Tenemos aparte de los dictadores Castro de Cuba, a Evo en Bolivia, que ha dicho que “si los medios no sirven para liberar al pueblo, entonces no sirven de nada”. A Correa en Ecuador, que quiere prohibir los periódicos porque “no sirven ni pa madurar aguacates”. En Nicaragua, Ortega que se ha comportado peor que el dictador Somoza que derrocó. Tengamos cuidado, mexicanos. El totalitarismo se disfraza de muchos colores, ideologías y causas.
(J. S. ZOLLIKER / @zolliker)